Hace
varios años que se jubiló Pepe, antiguo gastronómico de buen humor, astuto y
vivaracho, apodado Arroyito, por la cantidad de agua utilizada para bautizar el
ron y que ahora compensa la economía familiar, vendiendo turnos o revendiendo productos en las colas de mayor
demanda.
Cuando
lo creía casi olvidado, tropezamos frente a un termo de cerveza, en pleno carnaval
manzanillero, y un tanto en broma le
dije:
-¡Hermano,
aleja a tus hijos del alcohol!
-Es
lo que hago -me comentó- por eso bebo
con mis nietos.
-¿Dejaste
las colas?- Pregunté.
-¿Estás
loco? -dijo con cierta picardía. -Mira, socio, aquí todo tiene su maraña, colarse es un arte para toda la vida,
pero nunca lo hagas metiendo el cuento
de que solo vas a hacer una preguntica, ese
truco no funciona.
Es
más recomendable que antes de pedir el último te fijes si conoces a alguien de
los primeros, acércate discretamente, lo saludas y en voz baja le dices:
-Dame
un chance delante de ti, que estoy apura’o. ¡Eso no falla! Ya verás que en
menos de lo que orina una rana lleno la jarra de cerveza- Y alzando la jarra
vacía partió hacia la cruzada etílica.
Mientras
esperaba por el regreso de mi amigo, lancé una ojeada a la multitud concentrada
en tan pequeño espacio y recordé entonces sus inicios como “colero” profesional.
Era
el tiempo en que Arroyito dormía en la Terminal Ferroviaria, donde “cuidaba” la lista para, al filo de las 6:00 de
la mañana, llamar en voz alta los nombres de quienes viajarían en tren hacia La
Habana y recibir a cambio, el pago por el espacio ofertado.
Poco
a poco se convirtió en la persona más importante del barrio, de manera que ante
la necesidad de conseguir urgente un boleto de viaje, con solo localizarlo era
suficiente.
Este personaje, aún defiende la idea de que la cola es la única manera
de organizarnos, pero se equivoca, porque generalmente el desorden generado por
ella termina en molote.
Las
colas en nuestro país siempre están repletas de mujeres embarazadas, con niños
en los brazos, de personas despistadas que no saben detrás de quien
van, de los rotadores de turno que desesperados esperan la llegada del
dinero…
Marcar
en esos lugares es un acto de gran astucia, de prestar mucha atención para
identificar a las personas que van
delante de ti y los de atrás también, de manera que puedas frenar a tiempo “el cuela que te cuela”, donde los últimos
quieren ser los primeros y defienden con arrebato el lugar usurpado por ellos.
Pero
no todo resulta desastroso. Las colas también tienen su encanto: nos permiten
conocer de antemano lo que sacarán en las tiendas recaudadoras de divisas, el
final de la telenovela, el último chisme en Tres D y alta definición,
posibilita pasar un balance demográfico para enterarnos de los que se fueron y de
los que vinieron…
El
tiempo pasa y mientras se me agolpan en la memoria buenos y malos momentos
vividos en aquellas circunstancias, las manecillas del reloj prosiguen su
rumbo, acaban de marcar la media hora
desde que partió a Arroyito a buscar la
“espumosa”.
De
repente, emergió de la multitud bullanguera y sedienta, venía con la camisa hecha
un asco, sudoroso y empapado de cerveza. Se detuvo frente a mí, respiró profundamente y comentó:
-Ha
sido una batalla feroz ¡Qué falta de respeto! Esa cola es un relajo y la cerveza,
bautizada. Lo miré detenidamente, recordé cuando le apodaron Arroyito, sus
reiteradas marañas en las colas y
lanzándole una leve sonrisa le dijo: “Nada, socio, quien siembra vientos,
recoge tempestades”.
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