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sábado, 7 de octubre de 2017

¿Última persona…?


                            
Hace varios años que se jubiló Pepe, antiguo gastronómico de buen humor, astuto y vivaracho, apodado Arroyito, por la cantidad de agua utilizada para bautizar el ron y que ahora compensa la economía familiar, vendiendo turnos o  revendiendo productos en las colas de mayor demanda.  
Cuando lo creía casi olvidado, tropezamos frente a un termo de cerveza, en pleno carnaval manzanillero,  y un tanto en broma le dije:
-¡Hermano, aleja a tus hijos del alcohol!
-Es lo que hago -me comentó-  por eso bebo con mis nietos.
-¿Dejaste las colas?- Pregunté.
-¿Estás loco? -dijo con cierta picardía. -Mira, socio, aquí todo tiene su  maraña, colarse es un arte para toda la vida, pero nunca  lo hagas metiendo el cuento de que solo vas a hacer una preguntica, ese  truco no funciona.
Es más recomendable que antes de pedir el último te fijes si conoces a alguien de los primeros, acércate discretamente, lo saludas y en voz baja le dices: 
-Dame un chance delante de ti, que estoy apura’o. ¡Eso no falla! Ya verás que en menos de lo que orina una rana lleno la jarra de cerveza- Y alzando la jarra vacía partió hacia la cruzada etílica.
Mientras esperaba por el regreso de mi amigo, lancé una ojeada a la multitud concentrada en tan pequeño espacio y recordé entonces sus inicios como “colero” profesional.
Era el tiempo en que Arroyito dormía en la Terminal Ferroviaria, donde  “cuidaba” la lista para, al filo de las 6:00 de la mañana, llamar en voz alta los nombres de quienes viajarían en tren hacia La Habana y recibir a cambio, el pago por el espacio ofertado.
Poco a poco se convirtió en la persona más importante del barrio, de manera que ante la necesidad de conseguir urgente un boleto de viaje, con solo localizarlo era suficiente.
Este personaje, aún defiende la idea de que la cola es la única manera de organizarnos, pero se equivoca, porque generalmente el desorden generado por ella termina en molote.
Las colas en nuestro país siempre están repletas de mujeres embarazadas, con niños en los brazos, de personas despistadas que no saben detrás de quien  van, de los rotadores de turno que desesperados esperan la llegada del dinero…
Marcar en esos lugares es un acto de gran astucia, de prestar mucha atención para identificar  a las personas que van delante de ti y los de atrás también, de manera que puedas frenar a tiempo  “el cuela que te cuela”, donde los últimos quieren ser los primeros y defienden con arrebato el lugar usurpado por ellos.
Pero no todo resulta desastroso. Las colas también tienen su encanto: nos permiten conocer de antemano lo que sacarán en las tiendas recaudadoras de divisas, el final de la telenovela, el último chisme en Tres D y alta definición, posibilita pasar un balance demográfico para enterarnos de los que se fueron y de los que vinieron…
El tiempo pasa y mientras se me agolpan en la memoria buenos y malos momentos vividos en aquellas circunstancias, las manecillas del reloj prosiguen su rumbo, acaban de marcar la  media hora desde que partió a Arroyito a buscar la “espumosa”.
De repente, emergió de la multitud bullanguera y sedienta, venía con la camisa hecha un asco, sudoroso y empapado de cerveza. Se detuvo frente a mí,  respiró profundamente y comentó:
-Ha sido una batalla feroz ¡Qué falta de respeto! Esa cola es un relajo y la cerveza, bautizada. Lo miré detenidamente, recordé cuando le apodaron Arroyito, sus reiteradas  marañas en las colas y lanzándole una leve sonrisa le dijo: “Nada, socio, quien siembra vientos, recoge tempestades”.










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