La memoria del corazón elimina
los malos
recuerdos y magnifica los
buenos.
Gabriel García Márquez
Dicen que los güijes encontraron en las aguas del río Yao, en
Buey Arriba, el asentamiento ideal para burlarse de sus víctimas. Impresionantes
historias de esos negritos peludos
envueltos en apariciones y misterios
atormentaron siempre al sorprendido caminante, y aunque no creo mucho
en esas leyendas, la curiosidad me llevó
tras ellos.
Penetré en la tupida
vegetación. Apenas alcancé el nacimiento
del arroyo, unas pisadas me obligaron a
detener la marcha.
-¡Un güije! -exclamé.
-Nada de eso, compay, soy
el Ángel de la Jiribilla.
-¿Cómo?
-Así me bautizaron los muchachos de la TV
Serrana, pero en realidad me llamo Alcides Gómez Tasé -dijo
aquel duendecillo de las lomas, mientras despojaba sus hombros de los pequeños troncos que alimentarían la llama para el improvisado
fogón.
El inesperado visitante lanzó una mirada al río y volvió a la
carga:
-Oiga, compay, eso de güijes es puro cuento de camino, se lo
digo yo que conozco la zona mucho antes
de los duros tiempos que le siguieron al ciclón Flora. Mala época, no quedó árbol en pie ni mulo que se resistiera.
Imagínese, toda la
gente se fue loma arriba para salvar el pellejo. Parece que ese temporal también arrasó con los chichiricús, porque ya
nadie habla de ellos, -dijo mientras protegía la fogata.
-Mire, lo realmente cierto es que aquí, en San Pablo de Yao, le gané un juego de pelota a Fidel. Eso fue el
6 de octubre de 1966, durante un recorrido al territorio, para chequear las
labores de recuperación, luego del paso del
Flora.
El Comandante conocía bien que la pelota
y las corridas de cintas a caballo eran los entretenimientos de mayor popularidad en la
zona.
Yo iba de pasada, pero al ver a los visitantes se despertó la
curiosidad y traté de acercarme a ellos lo más que pude.
Fidel se percata de mi presencia y sentado sobre unos troncos
de palmas me pregunta.
-Chico, ¿qué te parece si echamos un jueguito de pelota?
-Aquello me emocionó, pero en realidad nosotros apenas
contábamos con un equipo de béisbol preparado para la ocasión y el campito no
podía ser más improvisado, pero aceptamos
la invitación.
Comenzó el enfrentamiento, el conjunto contrario lo integraban también otros comandantes, dirigentes
nacionales y varios integrantes de la
escolta personal.
¡Muchacho!, la noticia corrió de un lado al otro del lomerío y
comenzaron a llegar los vecinos para no perderse el gran acontecimiento.
Cuando el juego estaba en su punto me llegó el
turno al bate: toqué la bola, llegué a
primera y me robé la segunda base. El Comandante Fidel me miró muy serio y
dijo:
-Chico, vuelve pa’trá.
-Pero… ¿por qué?
-Porque lo que hiciste es incorrecto.
Esto es un juego de manigua y no puedes robarte la base.
No entendía nada de lo que me decía,
pero obedecí su decisión y retorné al sitio indicado. Él pidió un tiempo y
acercándose me señaló:
-Oye, te voy a decir una cosa. A mí
no se me roba ni de día ni de noche, ¿bien?
Al final nos impusimos nueve carreras por ocho, Fidel se movía
inquieto en el terreno hasta que llegó al lugar donde yo estaba:
-Oye, muchacho -me dijo con cierta
mirada de picardía- yo
no pierdo mucho en la pelota, así que prepárate para el otro encuentro. Voy a traer a la gente mía:
Armando Capiró, Tony González, y aseguro
que ustedes no van a ganarme.
El Comandante echó hacia atrás su gorra, puso la mano en mi
hombro y dijo:-Pero bueno…, mientras llega ese momento, dile a la gente de tu equipo
que los invito a tirar con AKM, vamos a
ver ahora quién tiene más puntería.