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viernes, 17 de julio de 2015

De cómo la mula tumbó a Genaro



                                                            A la bestia mansa, algún resabio le queda
                                                                                                             Anónimo



La mula corcoveó y  Genaro  cayó. Más o menos así llegó este cuento breve, aparecido en la primera mitad del siglo XX y redimensionado desde entonces a través de  una  frase inmortalizada en el refranero popular cubano: La mula que tumbó a Genaro.
Muchas son las interpretaciones formuladas alrededor del hecho  y no pocos los países practicantes de tal expresión, para referirse a cualquier acontecimiento  inusual, sorprendente o espantoso.  
Dicen que el animalito era  blanquísimo como la cal, pero no tan violento como algunos lo pintan; por su parte, Genaro resultaba ser un tipo bromista por excelencia, torcedor de tabacos de reconocido oficio y por discapacidad, arrastraba la pierna derecha al caminar.
Debido a su coincidente nombre e impedimento físico, muchos lo asociaron con  el trágico acontecimiento  de  la equina y él se lo creyó desde el primer momento:
Ese soy yo, compay!, el mismísimo jinete, ¡claro, con menos años encima de este cuerpo! -decía con  voz ronca, retorciéndose el  bigote. 
-“Mula mansa, la mía", -comentaba a ratos- Por eso acostumbro a dormir sobre su lomo, conozco la peligrosidad de esta práctica, pero confío en la seguridad de la  bestia, no por gusto es mi mascota preferida.
Una  tarde,  fui montado sobre  ella hasta la terminal del ferrocarril a esperar la llegada de mi novia Jacinta, procedente de Camagüey, como el tren de pasajeros demoraba demasiado, la amarré debajo de un arbusto cercano y desplazándome sobre su acogedor dorso me acomodé como pude.
La suave  brisa  y  la tranquilidad provocaron el parpadear pesado de mis ojos y  pronto el sueño me vino encima.
De repente, el pitazo de la locomotora  y el chirrido escalofriante de sus ruedas asustaron a  la mula, brincó tres veces y en el último salto me lanzó  al suelo.  
Debido  al inusual descenso, perdí el conocimiento, y al recuperarlo estaba en el hospital del pueblo, con la cabeza  y la pierna derecha vendadas, junto a mi  novia. 
Muchos curiosos llegaban a verme como si yo fuera un artista de Hollywood   en sus mejores momentos. En medio del “abejeo” escuché la decisión del médico:
- Para salir de dudas… ¡hav que hacerle el tacto!
Rápidamente me incorporé de la camilla, sin perder de vista los gruesos dedos del  especialista, él avanzaba lentamente hacia mi dirección y yo, apretaba… los dientes, para no demostrar mi hombría.
En honor a la verdad, respiré aliviado cuando el doctor pasaba por mi lado para atender al  paciente de la otra cama.
Allá, en su corraleta, como si nada hubiera pasado, descansaba plácidamente la mula que tumbó a Genaro.