A mal tiempo buena jaba.
Anónimo
El hombre con cierto aspecto de constructor se detuvo
frente a un punto ambulatorio del agro,
registró minuciosamente el bolsillo trasero de su pantalón y a punta de dedos
sacó, como el mago del sombrero, una bolsita de nailon o cubalse, como le decimos
muchos orientales.
-Por
favor, dos libras de malanga- dijo, con voz casi apagada por el precio mostrado
en rudimentaria tablilla.
Las famosas bolsitas, iniciadoras de las shopping,
en la Mayor de
las Antillas, no solo desplazaron al cartucho de papel, sino que forman parte
imprescindible de la fisonomía actual del cubano, debido a sus características
multifuncionales.
Si antes la profe de Biología decía que el cuerpo
humano se estructuraba en cabeza, tronco y extremidades, hoy le aparece un
nuevo elemento: la jabita, necesaria e ingeniosa para situaciones incómodas y apremiantes.
Asimismo, quedó atrás el viejo sofisma de que el
perro es el mejor amigo del hombre. Tal vez por esas, otras razones y “porsiacaso”,
siempre la llevo como portafolio diplomático, así evito la reiterada frase
justificativa en ciertos establecimientos comerciales.
-Le debo la jabita, compañero-, aunque muy cerca, otros
vendedores, estremeciéndote los bolsillos pregonan:
-¡Arriba!...,
coge tu jabita aquí.
De manera que escasean donde las incluyen por el
precio del producto en divisas y nunca faltan entre quienes las venden a peso. Nada,
cuestiones del Orinoco.
Por eso resulta saludable cargar con ellas para
auxiliarte en momentos distintivos de la vida. ¿Acaso no la recuerdas como soporte y camuflaje, para “quitarle la vista
al bateador”?
Y como los cubanos somos creativos y prácticos por
excelencia, empleamos estos soportes “pa´ guardar lo que aparezca”, también facilitándoselo
al plomero para sellar la rosca de la tubería dañada o cediéndoselo a Cuca para
envolver los caramelos “Bimbín”, que vende en la Terminal de ómnibus.
Las bolsitas de referencia funcionan como “gorro
térmico” para el tratamiento del cabello, en sus iluminaciones o rayitos, amarrada en la cabeza por las cuatro puntas actúa como
protector de la lluvia, o colocada en los pies, cuando no queremos salpicarnos
los zapatos al viajar en moto o bici…
Resultan muy prácticas como forro de sillín en la
bicicleta, para socorrer el chichón de la cámara vieja que no soporta un ponche
más, aislante de cables eléctricos o
práctico contenedor de basura doméstica.
Ahora aparecen ambientalistas de todo el mundo, desentendidos
de sus bondades, advierten sobre el peligro de estos bolsitos, porque, según
ellos, demoran alrededor de 500 años en degradarse.
Lo que no precisan estos analistas, es quién será el
dichoso que permanecerá pendiente hasta que se desintegre el nailito.
Mientras llega ese momento cargue con el
“porsiacaso”, de lo contrario perderá legal cuando, por falta de una jabita, no
pueda llevar a casa el artículo que necesita.
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