
Fuera de su patria, a la cual le daba
la vida en cada instante de soledad, no cedía al ocio y así escribía no solo
poesía lírica, sino cuentos y crónicas, y ejemplares críticas de arte. Se escapaba
a cada exposición o hecho relevante para la cultura y le desvestía con la
exactitud de sus criterios. Gracias a una de esas escapadas es que nos llega
una obra tan hermosamente escrita como son los versos sencillos marcados con el
número X
en romanas; ese poema que a todos nos ha llegado con el título de La bailarina
española y que muchos aseguran no era otra sino la afamada Carolina Otero,
quien fuera conocida con el nombre de La Bella Otero.
La sensualidad y el placer de apreciar
la belleza femenina y fantasear con ella nos llega con la descripción que hace
José Julián de la afamada bailarina española. No deja su sentir patriótico a un
lado pues de haber estado puesta la bandera española en la puerta del teatro,
tal vez, no hubiésemos disfrutado nosotros de una descripción cargada de
erotismo como es la del baile interpretado por esa mujer de belleza
excepcional.
¿Y cómo se produce la entrada? ¿Qué es
lo primero que impresiona al narrador y de hecho nos hace cómplices de un acto que
para otra persona hubiese sido muy difícil describir? Pues sencillamente, Soberbia y pálida llega: La palidez nos
transporta a una piel anacarada y de delicadeza sin igual. Puede ser todo lo
delicada que se desee imaginar, ¡pero es a la vez “soberbia”! Entra con una inclinación
desmesurada de todo aquel que se cree superior al demás, colmada de
magnificencia, altiva, fastuosa…. ¡Qué mujer! Solo falta decir que es un
embrujo de mujer, pero Martí escoge la palabra exacta… “soberbia”. iCómo dicen que es gallega? ¿¡A quién podría ocurrírsele decir semejante
desvarío!? Pues dicen mal: es divina. Solo
así es capaz de cerrar un concepto que desnuda a la diva ante nuestros ojos y
la vemos… solo así: soberbia, pálida y divina… Y si usted la mira bien va a
encontrar otras cualidades en ella que exaltan, que enardecen, que retan al
sexo opuesto: Se ve, de paso, la ceja, /
Ceja de mora traidora: / Y la mirada, de mora: / Y como nieve la oreja. Esa
mujer es todo un cofre de enigmas que piden ser descubiertos y decirle los más
bellos poemas al lado de su dulce y delicada oreja.
Va comenzar el baile y la intimidad se
hace cómplice del deseo y la fantasía. Todo se dice en un verso, sí, Preludian, bajan la luz: ya estamos a
oscuras y dentro de esa penumbra cautivos entra la bailarina con unos atuendos
provocadores. Y sale en bata y mantón, /
La virgen de la Asunción.
Si, como todas las vírgenes del santoral; bella y
sensual.
Toma un matiz erótico la danza cuando
la bailarina clava sus ojos en el público que la admira y Alza, retando, la frente; / Crúzase al hombro la manta: y nos hace
sentir como si fuese de seda o de alguna otra tela que describe la hermosura de
la artista que En arco el brazo levanta:
y casi percibimos la elegancia de una pierna atrevida que Mueve despacio el pie ardiente hasta
hacernos partícipe de una caricia visual al pedestal de la mujer que se
contorsiona en su baile atrevido. Es toda una fiesta a la vista esa mujer que
va despertando el deseo del sexo opuesto con su agresividad. Ya la vemos, la
deseamos; exalta al eros, a la sexualidad, Y
va el convite creciendo / En las llamas de los ojos, sus ojos encendidos de
pasión, de pasión que embruja al que la ve en ese estupor cuando de momento: Húrtase, se quiebra, gira: / Abre en dos la
cachemira, / Ofrece la bata blanca. / El cuerpo cede y ondea; / La boca abierta
provoca; / Es una rosa la boca: e imaginemos no solo el color rosa que
puede haber en sus labios, sino la forma abierta de la rosa en la que los
pétalos se ofrecen para ser deseados. Se abre la bata y sentimos las delicias
del cuerpo en nuestros ojos, nuestra mente, nuestra fantasía, esa que solo ha
podido ser despertada con un lenguaje tan preciso y cargado de erotismo: nos
llega la sexualidad en todas sus dimensiones. Percibimos las curvas del cuerpo
que se mueve lentamente con olas de espasmos y los labios semi-abiertos
pidiendo… ¿qué?
El lirismo de estos versos falsamente sencillos nos
transporta y nos hacen capaces de sentir la música y el taconeo sobre los
tablados. Al final la bailarina se va agotada a un rincón… ha rendido toda una
faena.
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