conocemos lo que nos falta.
Mario Benedetti
Siempre me ha llamado la atención el origen justificativo para tildar de tontos o despistados a los pinareños, esos personajes mundialmente
conocidos por sus chistes e imaginarias anécdotas que sazonan el plato fuerte
en cualquier tertulia.
Por eso recuerdo a Cuco, el de Vuelta Abajo, lugar donde se produce el mejor
tabaco nacional, de hojas gustosas y,
sobre todo, fuertes.
De allí procedía aquel amigo que
conocí en un encuentro nacional de
oralidad. Me presenté ante él y extendí mi diestra expresándole breves palabras de cortesía:
– Mucho gusto, el mayor de los
placeres, dije, y la respuesta me arrebató la inesperada sonrisa:
-El gusto es mío, pero el menor es
de Pancho García, el que vive en San Juan y Martínez, allá en Pinar.
Así era este personaje, ingenioso
hasta más no poder, a tal punto de poner una escalera en la orilla de la playa,
para que subiera la marea, de sentarse en el piso, para no caerse cuando
empinaba varios sorbos de ron, de repudiar el sexo oral, porque lo prefería
escrito. Con su peculiar forma de hablar contaba
historias callejeras de su pueblo, desde lo ocurrido a un conocido de la infancia
que, afectado por los riñones, el médico le indicó tomarse tres muestras de orina y solo ingirió
dos, porque, según él, sabía horrible, hasta
el espectador que compraba indignado una
y otra vez el boleto del cine, porque
el portero siempre le rompía el ticket al entrar.
Una tarde de ocio hablamos mucho
sobre las “pinareñadas”, me contó sobre la discoteca construida en la planta
alta de una funeraria y lo ocurrido en un cine de Pinar del Río, cuyos constructores
entregaron la obra con la concretera dentro y al no poderla sacar por la
puerta, derribaron una pared para poner
a buen recaudo aquel medio básico de la construcción.
Me contó que esa noche, durante la
inauguración, tomó asiento en la última fila, porque, según él, el que ríe
último, ríe mejor.
Realmente Cuco era un tipo
diferente, dispuesto siempre a exagerar las más inverosímiles historietas de su
pueblo:
-Compadre, es que las cosas ocurridas
allá son únicas, dijo con cierta picardía, mientras sacaba del bolsillo de su
camisa un papel guardado con esmero.
-Mira, esta carta la envió mi madre
a los pocos días de mi estancia Bayamo.
Y emocionado le dio lectura:
Cuco, hijo mío:
Te escribo despacio porque sé que no
puedes leer de prisa. Si recibes esta carta es porque te llegó, si no, avísame y
te la mando de nuevo. Tu padre leyó en el periódico que, según las encuestas,
la mayor parte de los accidentes ocurren a un kilómetro de la casa, por eso nos
mudamos mucho más lejos.
El lugar es lindísimo; la vivienda tiene
una lavadora blanca de porcelana que es
una maravilla, aunque un poco rara, imagínate, ayer metí los calzoncillos de tu
padre, tiré de la cadena y, desde entonces, no he vuelto a ver la ropa interior.
Te imaginarás cómo se puso el viejo.
Luego dije que le comprara una enciclopedia
a Manolito, para que fuera a la escuela y se molestó muchísimo:
¡Carijo!, nada de enciclopedia, que
vaya a la escuela a pie, como los demás muchachos…
Pienso entonces, y no es matraca mía, que
la palabra “pinareño”, es un gentilicio, enriquecedor de la oralidad cubana, toque
distintivo de nuestro lenguaje, por eso, Cuco, va más allá de la hospitalidad y
de la burla acompañante de sus adorables barrabasadas.
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