Cuarenta años después de ese acontecimiento, Norberto
Reyes Blázquez, bautizado como el Moliére Tropical, fundador, actor y actual
director de la referida institución, testifica el envidiable trabajo de ese
tiempo.
“La llegada del teatro a la ciudad, en 1976, fue una novedad, de eso se encargó
el experimentado actor y director Miguel
Lucero, junto a su esposa y actriz Delia Niuvó, procedentes del grupo Teatro
Estudio, de La Habana.
“Ellos presentaron un
ambicioso proyecto para fundar la compañía teatral, y con el apoyo de
las autoridades del territorio lanzaron la convocatoria para un seminario de
actuación.
“Cientos de aspirantes nos alistamos por curiosidad,
más que por interés, salvo excepciones, no sobrepasábamos los 20 años de edad, muchos
vinculados laboralmente: Rayda Alfonso, Miguel Appa y Andrés Araujo, procedían de la música,
María Teresa González y yo trabajábamos
en las Artes Plásticas, Omar Perera, Ileana Santoya y Teresa Rojas, eran
instructores de Teatro, Luis Ángel Lin, de la radio, y así por el estilo.
“En realidad, no teníamos formación académica alguna, por eso los
gestores de aquella idea aplicaron la combinación de estudio-trabajo,
priorizando lo actoral. Por las noches asistíamos a las clases de teoría y el
resto del tiempo lo dedicábamos al
montaje de obras.
“En esta primera etapa estrenamos Canto
cuentos, cuentos canto, con guión y dirección de Delia Niuvó, Cecilia Valdés,
Las pepillas ridículas, Las bayamesas, Operación Carlota… hasta que en
1980, nos sometimos a la primera evaluación profesional.
“Ese mismo año, llevamos a escena la obra Punto sin retorno, escrita y
dirigida por Lucero, con su estreno se inauguró la Sala-teatro José
Joaquín Palma de Bayamo, que fue nuestra sede hasta 2002.
“Ya éramos actores calificados: mejores salarios, un lugar
estable e idóneo para el montaje de las
obras y como el grupo estaba en
condiciones de asumir empeños mayores, comenzamos las primeras
superproducciones, entre esta, De
la extraña y graciosa aventura de Sancho Panza en la ínsula Barataria, nuestra
primera experiencia con un texto clásico.
“Luego trabajamos en Las mil y
una noches guajiras, sin duda, la más trascendente de los primeros cinco
años del colectivo, un verdadero suceso artístico en la ciudad, con ella asistimos al Festival de teatro de La Habana, donde alcanzamos el
premio de la revista Revolución y Cultura.
“Por ese tiempo actuábamos también en varios seriales televisivos: El mambisito, El joven rebelde, la
telenovela La conjura de la ciénaga…
hasta que el destino nos preparó una mala jugada, el director se involucró en
un extraño evento, no pudo continuar junto al grupo y quedamos en la orfandad.
“En el pueblo corría un comentario: “El sueño había terminado”, y
debíamos regresar a nuestros primeros oficios, algunos integrantes también
daban por segura la desintegración.
“Apenas teníamos experiencia teatral, no existía la persona con
capacidad suficiente para dirigir, ni nadie que hubiera incursionado en la
dirección escénica, más allá de lo aprendido. Situaron, entonces, al actor Juan
Rubier Cruz al frente de la dirección administrativa del grupo.
“Ante la disyuntiva de qué obra montar, Andrés Araujo propuso El paciente impaciente, una comedia ligera de situaciones que escribí en el
año 1977. Meses después, la estrenábamos.
“Corría el año 1983, cuando se cumplía el aniversario 50 del Soviet de
Mabay, insólito acontecimiento político-social acaecido en el central azucarero
que hoy lleva por nombre Arquímides Colina. La anterior dirección del grupo se
había comprometido con las autoridades de la provincia a escribir y llevar a
escena una obra teatral basada en aquellos hechos, cuyo estreno ocurriría para
la fecha en cuestión.
“El proyecto había avanzado solo hasta la investigación, pero aceptamos
saldar aquella deuda y apareció la superproducción titulada Mabay, algo
impensable para un grupo que había perdido su director artístico hacía poco
tiempo.
“Fue la época donde las comisiones nacionales recorrían todo el país
seleccionando obras para participar en los festivales, lamentablemente, ese
tribunal no pasó por Granma, pues conocían la partida del director, pero
logramos el empeño y en 1984, participamos en el Festival internacional de La Habana.
“Aquello resultó un certificado de vida para la salud del colectivo, a
partir de ahí perfilamos el estilo de trabajo, alistándonos como permanentes en
esos encuentros, tanto en la capital cubana, como en Camagüey, siempre con
excelentes reconocimientos del jurado.
“Mucho se habla de nuestro repertorio, pero en
honor a la verdad fueron seis obras las situadas en los puntos más altos de la trayectoria teatral del grupo, entre
los casi setenta estrenos
sobresalieron: Las mil y una noches guajiras, De la extraña y graciosa aventura
de Sancho Panza en la ínsula Barataria, Mabay, Matías Pérez, Don Juan Normado y
La conquista de Ameuropa.
“¿Momentos difíciles? Claro que tuvimos, sobre todo al inicio del
llamado período especial. Ante la imposibilidad de girar con obras que
incluyeran una carga material y numerosos actores, nos vimos obligados a pasar
al pequeño formato.
“Así aparecieron obras menores, como Reencuentro, El hijo de Cornelio del Toro, De monte adentro,
Ultrasonido, El debut de Lalá,
con
esta última participamos en el festival Máscara de Caoba de Santiago de Cuba,
donde la actriz Rayda Alfonso recibió premio de actuación.
“Como otra alternativa apareció Ultrasonido, el primer espectáculo
estrenado por un proyecto de cuatro actores, con posibilidades de tocar
instrumentos musicales y cantar, cuyo título dio nombre al proyecto homónimo
que siguió produciendo y consolidándose.
“En esa etapa llevamos a escena
Los años duros, con la cual giramos interminablemente por casi todo el país,
participando por primera vez en el festival del humor Aquelarre (2000). Allí
obtuvimos el Premio al mejor espectáculo y el Premio Cancún, que entrega, en
ese marco, el estado mejicano de Quintana Roo.
“El premio siempre se agradece, pero lo considero circunstancial y no un
medidor de calidad, puede ocurrir que en el evento la participación esté
muy mala, lo tuyo es lo mejorcito y te
llevas el lauro, también puede suceder todo lo contrario, presentas un buen
espectáculo, el jurado no lo ve como tal y
el reconocimiento lo coge otra pieza.
“Me gusta más cuando se valora la obra de la vida, eso demuestra el
resultado sostenido durante años. Por
eso guardo con tanto orgullo el Premio de Teatro, conferido
por las Artes Escénicas; el del Festival Barrio cuento, de La Habana; el Omar Valdés, de la Uneac nacional; la placa
Heredia, máxima distinción de la Cultura, en Santiago de
Cuba; la condición de Hijo Ilustre de la
ciudad de Bayamo, emitido por la
Asamblea municipal del Poder Popular.
“Lo que sí me
queda suficientemente claro es que por todas estas motivaciones, me casé con el
Teatro, imagino que a otros también les sucedió lo mismo”.
Foto RAFAEL MARTÍNEZ ARIAS
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