La
medida del amor es amar sin medidas.
Pitágoras
Cuenta la leyenda que al acercarse el final del 31
de diciembre, del calendario gregoriano, los duendecillos curiosos se sientan a
la orilla de las nubes a escuchar los pedidos que llegan desde la Tierra.
-Por favor… un viajecito al extranjero- solicitan
unos.
-Paz, dinero, salud, felicidad… -demandan otros- y así,
cada quien pide a su favor, el problema
es lograr lo solicitado, porque, generalmente, esos dadivosos suelen tener
oídos sordos o mala memoria.
De acuerdo con la práctica cubana, durante
todo el día se multiplican los vendedores-compradores de cerdos y bebidas, el vecindario duplica los decibeles de sus equipos
de audio en franca competencia,
mientras la noche mágica motiva la reunión familiar y el reencuentro de amigos.
Es un momento ideal para
lanzar a la calle el tradicional cubo de
agua que aleje todo lo malo, trazarnos nuevos propósitos, felicitar a los
nuestros, a mis seguidores y hasta complacer la petición de un amigo humorista con esta
historia que espero también usted
disfrute.
Era el último día del año cuando, lamentablemente,
tres hombres llegaron a las puertas del cielo. Un duendecillo uniformado ofrece
la bienvenida y con voz de viejo administrador gastronómico les
dice:
-Compañeros, ustedes saben que estamos en temporada alta
para el turismo, solo tengo hospedaje para uno, los dos restantes, soliciten un
pasadía en el infierno, a ver si allá quedan capacidades -y continuó
explicando:
-La persona que cuente mejor la fábula de cómo murió, entrará hoy a nuestra villa Cielo azul. ¿Bien?
Pactado el acuerdo, los tres hombres pasaron, de en
uno, a la oficina de Reservaciones y alojamiento del lugar. El primero comenzó
el relato:
-Llegué a casa por la madrugada, sin avisar, subí
por la escalera, abrí la puerta y allí
estaba ella... totalmente desnuda en mi cama...
Registré toda la casa en busca de su amante,
arriba, abajo, debajo de la cama... ¡nada! Pensé en pedir que me disculparan por ser
tan mal pensado y mientras ella comentaba que hacía gimnasia desnuda a esa hora, escuché unos
ruidos en la ventana...
El muy desgraciado colgaba del alero. Agarré mi
bate de béisbol, le di en la cabeza y observé cómo caía, pero tuvo suerte y aterrizó sobre
unos sacos de yerbas.
Desesperado porque se me escapaba, levanté el
frizzen hasta la ventana, pero se me
enganchó la chaqueta y salí disparado al vacío, así encontré mi muerte. Al menos estoy feliz
porque aniquilé al amante de mi esposa...
El duendecillo escuchó la historia del segundo
hombre.
-Bueno, yo trabajaba en la construcción como
colocador de ventanas, en plena faena el
andamio se rompió, me agarré de la cornisa del edificio, mientras gritaba
para que me auxiliaran.
Un hombre molesto y con cara de pocos amigos abrió la
ventana y me pegó tremendo golpe con un bate de majagua, pero mi ángel de la
guarda colocó varios colchones de espuma antes de la caída.
Cuando abrí los ojos para agradecerle tanta
fortuna, ¡un antiguo escaparate de caoba me vino encima. Ahí encontré la muerte.
El duende quedó estupefacto con aquella versión y
ordenó la entrada del último hombre, advirtiéndole:
-Oye, socio, aprieta si quieres hospedarte aquí,
más vale que cuentes tu historia magistralmente, porque la del compañero
anterior fue genial.
El hombre sonrió y con dotes de poeta y escritor
narró su fábula, al estilo de Eusebio Leal.
-Desnudo, escondido en un antiquísimo escaparate de
caoba, caí al vacío...
Y refieren que esa noche, cuando las campanadas
marcaron las 12:00, los duendecillos curiosos, abandonaron la orilla de las nubes, para brindar, en la
villa Cielo azul, junto al genial alumno de Augusto Monterroso.
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