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martes, 31 de mayo de 2016

Timbirichi o timbiriche, da igual



 

                               Voy a sacar la licencia para hacer un timbirichi
                    Voy a hacerlo con paciencia pa’que no sea michi michi…
                                                            Tony Ávila

Aquel  singular cartelito dibujado, en un punto, destinado a la venta de pan con lechón, atrapó mi interés: “Divorcios en 24 horas. Satisfacción garantizada o le devolvemos a su cónyuge”.
En honor a la verdad, no encontré la razón entre el pan con lechón y el divorcio, pero como en este mundo lleno de quimeras, cada quien se come lo suyo a su manera, sonreí, entanto, disfrutaba de la picardía popular expresada en otros graffitis colaterales:Joven soltero y sin compromiso alquila la mitad de su cama”, “Solicito novia con automóvil, por favor, las interesadas mandar foto del auto”… 
¡Vaya timbirichi!, pensé, mientras recordaba la canción de igual título y el postulado que al respecto sostiene el cantautor Tony Ávila: “Es el símbolo más visible de los cambios realizados últimamente en nuestro país”, refiriéndose a esos comercios donde se vende y compra de todo… o casi de todo.  
Este singular establecimiento primario, diseñado para levantar la economía familiar, se sustenta como iniciativa institucional de los cubanos, con incalculables dimensiones concebidas por el llamado cuentapropismo, forma de gestión no estatal, generalizada en el territorio nacional, desde el año 2010.  
Diversas son las variantes empleadas para agenciarse el espacio del negocio: un garaje deviene guarapera, tienda de ropa, ferretería, peluquería, taller para arreglar bicicletas y celulares, copiar discos o memorias flash, la sala se convierte en pizzería, para ofertar desayunos, almuerzos a centros de trabajo… la azotea transformada en local festivo para niños y jóvenes, abundan las rentas de habitaciones,  bisuterías…
En esas tribunas esenciales del replanteamiento económico, todos tratan de ganarse la vida de disímiles formas, incluso, como estatuas vivientes, verdadera atracción turística, lástima que Teté, la del chu-chu-chú,  no incursione en esa modalidad, sería la persona más querida y mejor cotizada del barrio.
Así proliferan los vendedores de maní, tamales, yemitas de coco, cangrejitos con guayaba y el pan a domicilio, con sus acostumbrados pregones, reviviendo una vieja tradición:
-Panadero, si me llamas te espero y si no me compras me muero…
Otros incursionan como gestores de viviendas, fabricantes o revendedores de artículos para el hogar, también los desfavorecidos arquitectónicamente encuentran su espacio como carretilleros.
Este último tipo de figura pública, apuesta siempre por el alza continua de los precios, no obstante las  nuevas medidas para la comercialización de productos agrícolas en Cuba.
Pienso en quienes tornan el vino en vinagre y en los graffitis junto al pan con lechón, por eso volví al timbirichi de los simpáticos cartelitos y no pude contener la risa frente a un singular clasificado:
“Reconocida Industria Farmacéutica S.A. solicita intermediario de pruebas para el nuevo supositorio”.
Propuesta ideal para los revendedores, seguro estoy que solo a ellos les diríamos entonces:
-Arriba, caballero, ¡se acabó el abuso!  
  

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