Voy
a sacar la licencia para hacer un timbirichi
Voy a hacerlo con paciencia pa’que no sea
michi michi…
Tony Ávila
Aquel singular
cartelito dibujado, en un punto, destinado
a la venta de pan con lechón, atrapó mi interés: “Divorcios en 24 horas.
Satisfacción garantizada o le devolvemos a su cónyuge”.
En honor a la verdad, no encontré la razón entre el
pan con lechón y el divorcio, pero como en este mundo lleno de quimeras, cada
quien se come lo suyo a su manera, sonreí, entanto, disfrutaba de la picardía
popular expresada en otros graffitis colaterales: “Joven
soltero y sin compromiso alquila la mitad de su cama”, “Solicito novia con
automóvil, por favor, las interesadas mandar foto del auto”…
¡Vaya timbirichi!, pensé, mientras recordaba la
canción de igual título y el postulado que al respecto sostiene el cantautor
Tony Ávila: “Es el símbolo más visible de los cambios realizados últimamente en
nuestro país”, refiriéndose a esos comercios donde se vende y compra de todo… o
casi de todo.
Este singular
establecimiento primario, diseñado para levantar la economía familiar, se
sustenta como iniciativa institucional de los cubanos, con
incalculables dimensiones concebidas por el llamado cuentapropismo, forma de
gestión no estatal, generalizada en el territorio nacional, desde el año 2010.
Diversas son las
variantes empleadas para agenciarse el espacio del negocio: un garaje deviene guarapera,
tienda de ropa, ferretería, peluquería, taller para arreglar bicicletas y celulares,
copiar discos o memorias flash, la sala se convierte en pizzería, para ofertar
desayunos, almuerzos a centros de trabajo… la azotea transformada en local
festivo para niños y jóvenes, abundan las rentas de habitaciones, bisuterías…
En esas
tribunas esenciales del replanteamiento económico, todos
tratan de ganarse la vida de disímiles formas, incluso, como estatuas vivientes,
verdadera atracción turística, lástima que Teté, la del chu-chu-chú, no incursione en esa modalidad, sería la
persona más querida y mejor cotizada del barrio.
Así proliferan
los vendedores de maní, tamales, yemitas de coco, cangrejitos con guayaba y el pan
a domicilio, con sus acostumbrados pregones,
reviviendo una vieja tradición:
-Panadero, si me llamas te espero y si no me compras me muero…
Otros
incursionan como gestores de viviendas,
fabricantes
o revendedores de artículos para el hogar, también los desfavorecidos
arquitectónicamente encuentran su espacio como carretilleros.
Este último
tipo de figura pública, apuesta siempre por el
alza continua de los precios, no obstante las nuevas medidas para la comercialización de
productos agrícolas en Cuba.
Pienso en quienes tornan el vino en vinagre y en los graffitis junto al
pan con lechón, por eso volví al timbirichi de los simpáticos cartelitos y no
pude contener la risa frente a un singular clasificado:
“Reconocida Industria Farmacéutica S.A. solicita intermediario de
pruebas para el nuevo supositorio”.
Propuesta ideal para los revendedores, seguro estoy que solo a ellos les
diríamos entonces:
-Arriba,
caballero, ¡se acabó el abuso!
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