Dos linajes solos hay en el mundo, como decía una abuela
mía,
que son el tener y el no tener.
Miguel de Cervantes
Nicolás Ramos era un tipo estelar,
cubano al ciento por ciento: dicharachero, ocurrente, bailador, tocador de
órgano, humorista por excelencia, buscavidas y creador de tantísimos cuentos y
anécdotas populares, cuyas salidas ingeniosas encontraron en los niquereños el reservorio ideal para fomentar la memoria cultural de su pueblo.
Sin embargo, su nombre oficial poco
trascendió desde que alguien lo bautizó
con el seudónimo de Manchiny, así quedó plasmado para siempre en el libro de los inmortales este hombre que supo
espantar los malos tiempos y alegrar la
vida con la botija costumbrista de su
imaginación.
Muchas son las anécdotas atribuidas
a este Lazarillo de Tormes cubanizado, que durante años mantuvo la diaria preocupación
de cómo alimentarse o timar al ingenuo
para prolongar su permanencia sobre la tierra.
Por eso hoy, con el permiso de
quienes conocieron de cerca las venturas
y sinsabores de este clásico juglar, que supo explicar hasta lo irracional,
ofrezco mi versión de uno de
sus más connotados pasajes picarescos, recreado con la misma dinámica de su
oralidad.
Una tarde cuando los rayos del sol
apenas se proyectaban sobre los tejados del barrio, Manchiny, con algunas copas demás, escuchaba
las noticias en su radio portátil, amigo inseparable y fiel compañero.
-Dime, Manchi, ¿cómo está la cosa?, decían
los vecinos al pasar, hasta que una señora clavó la mirada en aquel aparatico
difusor de música e informaciones, que sujetaba con cuidado sobre sus piernas. La
propuesta no se hizo esperar:
-Mire, amigo, estoy interesada por
su radio. Se lo compro.
-Señora… ¿quién le dijo que el
Manchi vendía lo que con tanto sacrifico conquistó? Este radiecito es mi vida.
Por un instante ella se quedó sin palabras,
pensó en el rotundo fracaso de la propuesta, pero al fin no vencida, volvió a
la carga.
-Está bien, le propongo otro trato.
-Bueno… usted dirá, yo la escucho, dijo
Manchiny un tanto despreocupado:
-Tengo una yegua que es divina,
inteligentísima y por cierto, muy obediente, cumple cualquier orden al pie de
la letra.
-¿Y…?
-Nada, amigo, que si usted se lo propone,
le puede sacar un buen provecho a la bestia.
El Manchi quedó pensativo por un
instante. Pensó en la yegua, lanzó una mirada a su radio de pilas y con la marcada
tendencia a economizar palabras le respondió:
-Bueno, señora…está bien, si su yegua canta mejicano y da noticias como Radio Reloj…entonces hacemos el trato y
no hay más que hablar.
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