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martes, 22 de septiembre de 2015

El radio o la yegua?



                                                                                                 Dos linajes solos hay en el mundo,                                                                                         como decía una abuela mía, 
                                                                                        que son  el tener y el no tener.
                                                                                                                         Miguel de Cervantes




Nicolás Ramos era un tipo estelar, cubano al ciento por ciento: dicharachero, ocurrente, bailador, tocador de órgano, humorista por excelencia, buscavidas y creador de tantísimos cuentos y anécdotas populares, cuyas salidas ingeniosas encontraron en los niquereños  el reservorio ideal para fomentar la  memoria cultural  de su pueblo.
Sin embargo, su nombre oficial poco trascendió desde que  alguien lo bautizó con el seudónimo de Manchiny, así quedó plasmado para siempre en el libro de  los inmortales este hombre que supo espantar   los malos tiempos y alegrar la vida  con la botija costumbrista de su imaginación.
Muchas son las anécdotas atribuidas a este Lazarillo de Tormes cubanizado, que durante años mantuvo la diaria preocupación de cómo  alimentarse o timar al ingenuo para prolongar su permanencia sobre la tierra.
Por eso hoy, con el permiso de quienes  conocieron de cerca las venturas y sinsabores de este clásico juglar, que supo explicar hasta lo irracional, ofrezco mi versión de uno de sus más connotados pasajes picarescos, recreado con la misma dinámica de su oralidad.
Una tarde cuando los rayos del sol apenas se proyectaban sobre los tejados del barrio,  Manchiny, con algunas copas demás, escuchaba las noticias en su radio portátil, amigo inseparable y fiel compañero.
-Dime, Manchi, ¿cómo está la cosa?, decían los vecinos al pasar, hasta que una señora clavó la mirada en aquel aparatico difusor de música e informaciones, que sujetaba con cuidado sobre sus piernas. La propuesta no se hizo esperar:
-Mire, amigo, estoy interesada por su radio. Se lo compro.
-Señora… ¿quién le dijo que el Manchi vendía lo que con tanto sacrifico conquistó? Este radiecito es mi vida.
Por un instante ella se quedó sin palabras, pensó en el rotundo fracaso de la propuesta, pero al fin no vencida, volvió a la carga.
-Está bien, le propongo otro trato.
-Bueno… usted dirá, yo la escucho, dijo Manchiny un tanto despreocupado:
-Tengo una yegua que es divina, inteligentísima y por cierto, muy obediente, cumple cualquier orden al pie de la letra.
-¿Y…?
-Nada, amigo, que si usted se lo propone, le puede sacar un buen provecho a la bestia.
El Manchi quedó pensativo por un instante. Pensó en la yegua, lanzó una mirada a su radio de pilas y con la marcada tendencia a economizar palabras le respondió:
-Bueno, señora…está bien, si su  yegua canta mejicano y da noticias como Radio Reloj…entonces hacemos el trato y no hay más que hablar.

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