A buen sueño, no hay
mala cama.
Anónimo
Cuando en Los Horneros de Guisa, gran parte de los
pobladores ganaban el sustento diario fabricando carbón, Changuito, un
ocurrente personaje de la zona, echaba a
volar su imaginación con tal firmeza, que
dejaba boquiabierto hasta al más incrédulo, nada de velorio que se le
resistiera, ni guateque que escapara a
sus reiteradas ingeniosidades.
-!Oiga, compay!, la primera vez que subí a un avión, fue del carajo parriba,
tenía deseos de conocer a La Habana desde el aire, disfrutar
de sus edificios altos y hasta pasear por el malecón- comentó el campesino con
su forma peculiar de ver la vida y prosiguió:
-Pero lo cosa no fue tan fácil como muchos piensan, desyerbé todo tipo
de monte y levanté muchos hornos hasta pagar el
pasaje de ida y vuelta, pero como quería llevar un par de zapatos
especiales, acopié carbón durante un par
de semanas más y los compré.
Llegué al aeropuerto de Bayamo, subí a la nave y en poco tiempo estaba en la
capital del país, visité cuanto pude: el zoológico de los peces y el de los
animales también, La bodeguita del medio, el capitolio…
Y como allá se ven cosas que por estos lugares se desconocen, localicé en
Marianao a un zapatero de prestigio para
que me colocara en las suelas de los zapatos un par de muelles resistentes a
prueba de grandes saltos.
Llegó la hora del regreso a casa y al subir al avión le dije a la
aeromoza que me avisara cuando voláramos
sobre Los Horneros. Como a la hora de viaje
la dulce voz de una mujer recordaba mi destino:
-Mire, señor, ya estamos volando sobre Los Horneros de Guisa.
Y sin pensarlo dos veces me ajusté los zapatos, abrí la puerta del avión
y me lancé con el propósito de caer en un lugar cercano a mi rancho, pero al
tocar tierra, se activaron los muelles y
comencé a saltar y a saltar…, sin detenerme.
De todo el lomerío llegaban personas para ver aquel espectáculo, y entre
ellas divisé a mi mujer Gracianita,
quien preocupada porque llevaba más de doce horas sin comer nada, por el brinca
que te brinca, comenzó a lanzarme boniatos al aire, los que cogía uno a uno para
alimentarme.
-Lánzame un poco de café claro, vieja, pa bajar los boniatos- le grité
con todas mis fuerzas- La última vez reboté tanto que pensé en no regresar jamás
a la tierra.
Gracias a Dios, en ese instante pasó el mismo avión, de regreso a La Habana y como la aeromoza
me conocía, tiró una soga y me trepé al aparato. En poco tiempo estaba
nuevamente en la gran ciudad.
Allí cambié los zapatos
especiales por unas botas con espuelas,
llegué a la casa de un pariente que
vivía en Alquízar, le conté lo sucedido y a tanta insistencia me prestó una
potranca para que retornara a mi bohío.
A suave galope llegué ¡imagínense!, los vecinos, al verme, sacaban todo
tipo de papel para que les firmara el autógrafo y yo, con una sonrisa de triunfador, los
complacía a todos.
Así me mantuve casi una hora y media, hasta que la voz ronca de mi
esposa Gracianita me erizó de pies a cabeza:
- ¡Carijo!, Changuito, despierta que hay que seguir chapeando pa
completar el pasaje de La
Habana.
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