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sábado, 19 de septiembre de 2015

El increíble viaje de Changuito a La Habana



 A buen sueño, no hay mala cama.
                                         Anónimo


Cuando en Los Horneros de Guisa, gran parte de los pobladores ganaban el sustento diario fabricando carbón, Changuito, un ocurrente personaje de la zona, echaba  a volar su imaginación con tal firmeza, que  dejaba boquiabierto hasta al más incrédulo, nada de velorio que se le resistiera, ni guateque  que escapara a sus reiteradas ingeniosidades.
-!Oiga, compay!, la primera vez que subí a un avión, fue del carajo parriba, tenía  deseos de conocer a La Habana desde el aire, disfrutar de sus edificios altos y hasta pasear por el malecón- comentó el campesino con su forma peculiar de ver la vida y prosiguió:
-Pero lo cosa no fue tan fácil como muchos piensan, desyerbé todo tipo de monte y levanté muchos hornos hasta pagar el  pasaje de ida y vuelta, pero como quería llevar un par de zapatos especiales, acopié carbón durante  un par de semanas más y los compré.
Llegué al aeropuerto de Bayamo, subí  a la nave y en poco tiempo estaba en la capital del país, visité cuanto pude: el zoológico de los peces y el de los animales también, La bodeguita del medio, el capitolio…
Y como allá se ven cosas que por estos lugares se desconocen, localicé en Marianao a un zapatero de prestigio  para que me colocara en las suelas de los zapatos un par de muelles resistentes a prueba de grandes saltos.
Llegó la hora del regreso a casa y al subir al avión le dije a la aeromoza que me avisara cuando  voláramos sobre Los Horneros. Como a la hora de viaje  la dulce voz de una mujer recordaba mi destino:
-Mire, señor, ya estamos volando sobre Los Horneros de Guisa.
Y sin pensarlo dos veces me ajusté los zapatos, abrí la puerta del avión y me lancé con el propósito de caer en un lugar cercano a mi rancho, pero al tocar tierra, se activaron los  muelles y comencé a saltar y a saltar…, sin detenerme.
De todo el lomerío llegaban personas para ver aquel espectáculo, y entre ellas divisé a  mi mujer Gracianita, quien preocupada porque llevaba más de doce horas sin comer nada, por el brinca que te brinca, comenzó a lanzarme boniatos al aire, los que cogía uno a uno para alimentarme.
-Lánzame un poco de café claro, vieja, pa bajar los boniatos- le grité con todas mis fuerzas- La última vez reboté tanto que pensé en no regresar jamás a la tierra.
Gracias a Dios, en ese instante pasó el mismo avión, de regreso a La Habana y como la aeromoza me conocía, tiró una soga y me trepé al aparato. En poco tiempo estaba nuevamente en la gran ciudad.
Allí  cambié los zapatos especiales por unas botas con  espuelas, llegué a la casa de   un pariente que vivía en Alquízar, le conté lo sucedido y a tanta insistencia me prestó una potranca para que retornara a mi bohío.
A suave galope llegué ¡imagínense!, los vecinos, al verme, sacaban todo tipo de papel para que les firmara el autógrafo y  yo, con una sonrisa de triunfador, los complacía a todos.
Así me mantuve casi una hora y media, hasta que la voz ronca de mi esposa Gracianita me erizó de pies a cabeza:
- ¡Carijo!, Changuito, despierta que hay que seguir chapeando pa completar el pasaje de La Habana.



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