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miércoles, 11 de junio de 2014

Joaquín, el último cantonés





             La puerta mejor cerrada es aquella que
             puede dejarse  abierta.
                                               Proverbio chino                                                 

Dicen que Cun cook Che tiró de las bridas desde Cantón a La Habana y que de un gran salto  llegó a Manzanillo el 31 de agosto de 1949, cuando el terruño abría también sus brazos a casi medio centenar de  asiáticos.
Atrás dejaba  la urbe más importante del Sur de China, bautizada con el nombre de Yancheng (Ciudad de las cabras), uno de los principales puertos del país, también se alejaba de las milenarias tradiciones, de su identidad y de imborrables recuerdos familiares.
Venía con la cabeza llena de sueños, la inquebrantable juventud a cuestas y el deseo de establecer un negocio que le proporcionara fortuna.
Pronto se alistó como planchador en un tren de lavado, cerca del puerto que le recordaba a su pueblo, compartía allí un espacio en el que ganaba el sustento,  aportado por  una clientela fija que crecía diariamente.
Este personaje silencioso, uniformado siempre con pantalón negro, camiseta blanca y peculiar sonrisa, amante del  pescado, arroz blanco sin sal ni grasa, a ratos se trasladaba hasta el ferrocarril, tal vez para familiarizarse con ese vocablo, tal vez para aprender a pronunciar el sonido de la  rr que nunca logró:
-Chico, ¿quién inventó esa palabla? -decía y ripostaba a la vez con su peculiar sonrisa:
-Bueno, si tú llega a China, te pasa 100 año y no sabe ni papa, ¿entonce qué?
Así con  la paciencia y sabiduría características de los asiáticos se cubanizó, aportó su filosofía, pensamiento, el apellido a una familia, comenzó a llamarse Joaquín, se enamoró de una cubana, de la liseta frita, del potaje de frijoles negros o colorados que antes rechazaba...
Poco a poco nuestra cultura lo fue absorbiendo, y él, a gusto,  se dejó arrastrar por las huellas identitarias de lo criollo.
Hace pocos días llegué hasta su casa, en la memoria tenía a aquellas personas laboriosas de mi infancia, que juntos fumaban de una enorme pipa de bambú y hablaban un idioma que aunque no pronunciaba la rr,  jamás entendí.
El nieto de Cun, Joaquín, o el chino planchador, me adelantaba la triste noticia y su hija lo corroboraba. Lamenté muchísimo no haber estado ese día junto a  Cun cook Che, el último chino que tiró de las bridas desde Cantón a La Habana y que de un gran salto  llegó a Manzanillo.
Este emblemático hombre no pudo guiar el viento desde la orilla del río de las Perlas (Zhujiang), sin embargo pudo, en el Guacanayabo, cambiar la dirección de sus velas y dejar como fortuna el grato recuerdo de quienes lo conocieron y  una plancha de carbón, testigo de su paso por la ciudad.

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