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miércoles, 24 de abril de 2019

Locuras de Cutingo



 
                               Todo buen bisnero debe tener una buena mula y una buena vieja. Que la mula no sea tan vieja y que la vieja no sea tan mula.
                                                                                           Anónimo

Cutingo es un cubano obsesionado por las colas y por viajar a otro país para comprobar lo que muchos dicen cuando se habla de las bondades de “a-fuera”, por eso la propuesta de un vecino le llegó  como amuleto al desprotegido:
-¿Quieres viajar de “mula” a Colombia?- indagó el conocido.
-¿Mula?, ¿qué pasa, compay? Yo soy un hombre- ripostó el aludido.
-Mula les decimos en Cuba a quienes viajan a otro país a cambio de una breve estimulación económica por lo que traes, es un negocio rentable- aclaró el primero y prosiguió; yo te pago el pasaporte y los demás gastos del viaje, incluida la compra de pacotillas  y te suelto una tierrita en CUC, de manera que placer y negocio se te unirán en un mismo destino. 
-Bueno… si es como dices… trato hecho.
Y al estilo del popular cantante Cimafunk salió cantando:
-Me voyyyyy… pa’ Colombia…
Y en menos de un estornudo, Cutingo y su amigo subieron a bordo de la aeronave con destino a Bogotá.   
-“Señores pasajeros, bienvenidos a Copa Airlines- dijeron por el audio, abróchense el cinturón de seguridad, mantengan el respaldo de su asiento en posición vertical y la mesita plegada. CopaAirlines  les desea un feliz vuelo.  
A mitad del recorrido, una turbulencia provocó saltos y descensos que aterraron a los pasajeros, las aeromozas  se precipitaron  por el pasillo de la nave detrás  del carrito con los bocaditos retractilados, uno de los cuales se proyectó sobre el pecho de Cutingo, que al percatarse de aquel “regalo de los dioses” exclamó como un niño:
-Lo vi primero- y lo escondió en el bolsillo del abrigo.
Pronto reinó la calma en el interior de la aeronave que anunciaba el final del viaje:
-Estimados pasajeros, dentro de breves minutos aterrizaremos en el  Aeropuerto Internacional El Dorado, de Bogotá, por favor, permanezcan sentados y con el cinturón de seguridad abrochado hasta que el avión haya detenido completamente los motores y la señal luminosa se apague, comprueben que llevan consigo todo su equipaje de mano y objetos personales, incluyendo el bocadito apropiado indebidamente por el pasajero Cutingo, del asiento 24.
En tierra firme, un taxi los conducía al hospedaje y el diálogo sobre lo acontecido floreció en plena carretera:
-Chico, ¿cómo supieron que me cogí un pan con queso?- se preguntó Cutingo.
-Debe ser por las cámaras de seguridad- respondió el compañero de viaje.
Al amanecer emprendieron un minucioso recorrido por los establecimientos comerciales aledaños a la residencia contratada y en poco tiempo comenzaron a embalar toda la pacotilla, que luego comercializarían  al llegar a  Cuba.
Una aglomeración de personas los detuvo el último día de su estancia en el país,  Cutingo para congraciarse con una  colombiana de cuerpo colosal, al estilo de las criollitas de Wilson, se le acercó y confidencialmente le comentó:
-Señora, ¡tremenda cola!
La aludida se viró bruscamente y con cara de pocos amigos le soltó una bofetada en pleno rostro.
-¡Atrevido!, ¡indecente!- le dijo.
Claro, Cutingo no sabía lo que significaba la palabra cola en Colombia.

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