Cuando
se esconde la verdad, la mentira se aprovecha.
Anónimo
Fue
allá, por los años que nadie recuerda, cuando armado de su lengua filosa,
apareció el serruchapiso. Lo había perdido todo, menos el ánimo para fastidiar
a los demás, por eso pensaba diariamente en cómo recuperar la confianza, el prestigio y hasta el tiempo
perdido.
Llegó con un pliego de papel imaginario
para anotar las maldades del pensamiento y, con la pequeñez de su mente
envolvió todo cuanto encontró a su paso: envidias, amigos de cofradía, rumores…
Así llegó hasta nuestros días el
“serruchapiso”, una especie de “trabajador por cuenta propia”: sin sueldo, al
parecer humilde, sencillo, emprendedor y solidario con los demás, que utiliza
la mentira, la intriga o el chisme, de
una manera cuidadosa, para bajarle el piso hasta al más pinto de la paloma.
Por lo general, su principal objetivo
es escalar puestos, sin que nadie
perciba, a primera vista, que está siempre alerta a todo lo que ocurre para usar ciertos
elementos negativos que pululan en el ambiente y desacreditar así el trabajo del
otro.
Es una persona carente de principios, envidioso,
demuestra sentimientos de inferioridad, frustración, inseguridad… y, sobre
todo, genera mucha división grupal que lesiona el trabajo en equipos y frena la
fluidez e intencionalidad de cualquier tarea.
El serruchador de piso no es un carpintero, sino un juglar medieval, un actor de telenovela
brasileña, sonríe y saluda al afectado de la manera más normal que ojos humanos
ven, suele comportarse amable en la
relación cotidiana con su víctima, pero al menor descuido de esta… ¡suábana!, se trastoca
en hipócrita y a manchar la imagen del elegido.
Dice un viejo refrán que la gallina
no pone huevos cuando está estresada, sin embargo, este tipo de ave entre más
piensa a su favor, más posturas genera.
Cuentan que un día serruchapiso
trabajó tan intensamente en su campaña opositora, que hundió al contrario y ocupó el puesto gerencial de la empresa.
Los días iniciales de su mandato
fueron de paz, armonía y promesas, mostraba inimaginables bondades:
-Este sí es el hombre que necesitamos, -comentaban sus seguidores.
Armado
del maléfico liderazgo comenzó a tejer el anhelado sueño, a creerse siempre
con la razón, sentía seguridad en sus decisiones y la satisfacción personal de considerarse
poderoso.
Sin saber cómo ni cuando apareció otro
“carpintero” con idénticas pretensiones, un nuevo experto en desmotivación
social reiniciaba la vieja historia de confusiones e intrigas, encaminada
a tumbarle el piso al anterior
“serruchador”, corroborando el viejo refrán: El que a hierro mata, a hierro
muere.
Ahora que conoce mejor a estos especímenes
devastadores de la vida y del alma,
tenga cuidado con ellos, aléjelos lo más que pueda, se reproducen más rápido
que el Aedes aegypti.
Si tiene alguno cercano, recorte esta
crónica y colóquela en el mural del
trabajo, a lo mejor lo ahuyenta o le frena sus maléficas intenciones.
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