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lunes, 26 de febrero de 2018

Historia inconclusa del “serruchapiso”



                                                 Cuando se esconde la verdad, la mentira se aprovecha.
                                                                                                                          Anónimo

Fue allá, por los años que nadie recuerda, cuando armado de su lengua filosa, apareció el serruchapiso. Lo había perdido todo, menos el ánimo para fastidiar a los demás, por eso  pensaba  diariamente en cómo recuperar  la confianza, el prestigio y hasta el tiempo perdido. 
Llegó con un pliego de papel imaginario para anotar las maldades del pensamiento y, con la pequeñez de su mente envolvió todo cuanto encontró a su paso: envidias, amigos de cofradía, rumores…
Así llegó hasta nuestros días el “serruchapiso”, una especie de “trabajador por cuenta propia”: sin sueldo, al parecer humilde, sencillo, emprendedor y solidario con los demás, que utiliza la mentira, la intriga o el chisme, de una manera cuidadosa, para bajarle el piso hasta al más pinto de la paloma.
Por lo general, su principal objetivo  es escalar puestos, sin que nadie perciba, a primera vista, que está siempre  alerta a todo lo que ocurre para usar ciertos elementos negativos que pululan en el ambiente y desacreditar así el trabajo del otro.
Es una persona carente de principios, envidioso, demuestra sentimientos de inferioridad, frustración, inseguridad… y, sobre todo, genera mucha división grupal que lesiona el trabajo en equipos y frena la fluidez e intencionalidad de cualquier tarea.
El serruchador  de piso no es un carpintero, sino un  juglar medieval, un actor de telenovela brasileña, sonríe y saluda al afectado de la manera más normal que ojos humanos ven, suele comportarse  amable en la relación cotidiana con su víctima, pero al menor descuido de esta… ¡suábana!, se trastoca en hipócrita y a manchar la imagen del elegido.
Dice un viejo refrán que la gallina no pone huevos cuando está estresada, sin embargo, este tipo de ave entre más piensa a su favor, más posturas genera.
Cuentan que un día serruchapiso trabajó tan intensamente en su campaña opositora, que hundió al contrario y  ocupó el puesto gerencial de la empresa. 
Los días iniciales de su mandato  fueron de paz, armonía y promesas, mostraba inimaginables bondades:
-Este sí  es el hombre que necesitamos, -comentaban sus seguidores.
Armado  del maléfico liderazgo comenzó a tejer el anhelado sueño, a creerse siempre con la razón, sentía seguridad en sus decisiones y  la satisfacción personal de considerarse poderoso.
Sin saber cómo ni cuando apareció otro “carpintero” con idénticas pretensiones, un nuevo experto en desmotivación social reiniciaba la vieja historia de confusiones e intrigas, encaminada a  tumbarle el piso al anterior “serruchador”, corroborando el viejo refrán: El que a hierro mata, a hierro muere.
Ahora que conoce mejor a estos especímenes devastadores de  la vida y del alma, tenga cuidado con ellos, aléjelos lo más que pueda, se reproducen más rápido que el Aedes aegypti.
Si tiene alguno cercano, recorte esta crónica y colóquela en el mural  del trabajo, a lo mejor lo ahuyenta o le frena sus maléficas intenciones.


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