Hay ciudades en las que cabe un país.
Una de ellas es Bayamo. A más de medio milenio de existencia, sus raíces se
afianzan y multiplican. Bayamo es historia viva. Aquí estuvo asentada una de las
comunidades más prósperas de los pobladores originarios de la isla. En una
comarca cercana, Hatuey, llegado desde tierras vecinas dio un temprano ejemplo
de rebeldía contra la colonización española y pagó con su vida, en la hoguera.
Bayamo también se ubica en la
geografía fundacional de las letras cubanas, pues desde esta villa en 1604
partieron varios de sus habitantes a combatir al pirata Gilberto Girón, sucesos
recogidos en el poema Espejo de Paciencia. "Comenzar una literatura con un
título de tan milenario refinamiento como Espejo de Paciencia, nos sobresalta y
acampa, nos maravilla y resguarda", dijo Lezama Lima. No deja de ser
elocuente la descripción que el autor de la obra, Silvestre de Balboa, hace del
héroe del episodio:
Andaba entre los nuestros
diligente / Un etíope digno de alabanza, / Llamado Salvador, negro valiente, / De
los que tiene Yara en su labranza; / Hijo de Golomón, viejo prudente: / El cual
armado de machete y lanza
Cuando vio a Gilberto andar
brioso, / Arremete contra él cual león furioso...
¿Acaso no fue aquella una anticipación de la savia épica que nutriría el espíritu de los hijos de esta tierra que protagonizaron las gestas independentistas del siglo XIX?
¿Acaso no fue aquella una anticipación de la savia épica que nutriría el espíritu de los hijos de esta tierra que protagonizaron las gestas independentistas del siglo XIX?
El 20 de octubre de 1868, jornada
en que se cantó por primera vez el Himno de Bayamo, nuestro Himno Nacional, no fue
una casualidad histórica, sino consecuencia de la toma de conciencia que los cubanos
teníamos de ser libres y decidir nuestro destino.
Diez días antes, en el ingenio Demajagua,
Carlos Manuel de Céspedes se había alzado en armas por la independencia de la
isla. Al gesto político se sumó otro de profundo significado social: la
libertad a los esclavos. Abolición e independencia en un mismo haz, como Io
había querido José Antonio Aponte en 1812. Patria y justicia social desde
entonces inseparables.
Antiguos esclavos, cimarrones,
negros libertos, campesinos, modestos artesanos y colonos agrícolas, maestros, gente
sencilla toda junto a un sector del patriciado que renunció a su origen de clase
integraron la vanguardia de los combatientes en el impulso inicial de la guerra
y, no pocos de ellos, radicalizados, la llevaron hasta los últimos actos, sin
dejarse vencer por la capitulación del Pacto del Zanjón. La Protesta de Baraguá, con Maceo,
simbolizó la altura patriótica y ética de aquellos hombres.
La abolición definitiva de la
esclavitud tuvo que esperar al fin de la guerra. Aunque desde mucho antes los
propios esclavos sublevados fraguaron su libertad en los montes. Una estrecha
lectura de la economía política explica la obsolescencia del régimen esclavista
por ser un obstáculo para el desarrollo de las fuerzas productivas y la modernidad
capitalista. Al conmemorar este año el aniversario 130 de la abolición, no
debemos olvidar que por más razones tecnocráticas que se puedan esgrimir, el
tiro de gracia a la esclavitud fue dado por quienes en el campo de batalla
dieron su sangre por la libertad de Cuba. El grito de Independencia o Muerte
lanzado en Demajagua implicó desde su propia raíz la decisión de acabar con el infamante
sistema.
En el memorable discurso
pronunciado por el Comandante en Jefe Fidel Castro en ocasión de conmemorar los
Cien Años de Lucha, calificó “aquella decisión de abolir la esclavitud” como
“la medida más radicalmente revolucionaria que se podía tomar en el seno de una
sociedad genuinamente esclavista”.
Martí enalteció el gesto
cespediano al describir la escena del 10 de octubre con estas palabras: “Tras unos
instantes de silencio, en que los héroes bajaron la cabeza para ocultar sus
lágrimas solemnes, aquel pleitista, aquel amo de hombres, aquel negociante revoltoso,
se levantó como por increíble claridad transfigurado. Y no fue más grande
cuando proclamó a su patria libre, sino cuando reunió a sus siervos, y los
llamó a sus brazos como hermanos”.
Nunca será suficiente insistir en
la deuda contraída con la memoria de Carlos Manuel de Céspedes y su pasión
revolucionaria. Hizo caso omiso a quienes postergaban el inicio de las
acciones, y se lanzó al combate en el momento justo. No se arredró en la noche
triste del 11 de octubre cuando la pretensión de tomar el poblado de Yara se
frustró y quedaron dispersas las fuerzas insurrectas. Por el contrario, reagrupó
las huestes, concertó nuevas acciones con la colaboración de los más decididos
patriotas y pronto, en apenas días, la revolución triunfó en Baire y Jiguaní,
Guisa y El Horno, Cauto del Paso y EI Dátil.
Bayamo, su Bayamo, estaba en la
mira de la estrategia. EI 18 de octubre comenzó el asedio a las tropas coloniales
en la villa. Francisco Vicente Aguilera, que poco antes había dudado acerca de
la pertinencia del alzamiento, tuvo la grandeza de aceptar el liderazgo de
Céspedes y asumió posiciones en la entrada a la ciudad desde Holguín para impedir
el envío de refuerzos a la guarnición española. En menos de 48 horas se liquidó
la resistencia. Bayamo era territorio libre.
Al lado de Céspedes se erguía un
bayamés a quien celebramos hoy: Perucho Figueredo, el autor del Himno. La
historia de este símbolo se remonta a una de las reuniones de iniciación del
Comité Revolucionario de Bayamo. La fecha nos estremece: 13 de agosto de 1867.
Aguilera fue designado su presidente, asistido por Maceo Osorio y Perucho. Los
amigos conspiradores solicitaron a Perucho un himno que, como la Marsellesa, enardeciera
los ímpetus combativos. Al amanecer del día siguiente el ilustre bayamés había
concluido la melodía y más tarde en la noche, compartió la obra, tocada al piano,
con sus cofrades.
“La bayamesa”, título original de
la composición, arropada por la orquestación del maestro Manuel Muñoz, tuvo su
primera audición pública en la
Iglesia Mayor el 11 de junio de 1868, en la festividad del Corpus
Christi. El gobernador militar de la plaza se dio cuenta de que la pieza distaba
de responder a los códigos de la música sacra y requirió a Muñoz y Perucho.
Este respondió con ingenio y cautela:
"Señor Gobernador, no me
equivoco al asegurar, como aseguro, que no es usted músico. Por lo tanto, nada
Io autoriza a usted para decirme que ese es un canto patriota". El
representante de la metrópoli no se dio por vencido y ripostó "Dice usted
bien; no soy músico, pero tenga la seguridad de que no me engañó. Puede usted
retirarse con esa certidumbre”.
Con Bayamo en manos de los
revolucionarios, el 20 de octubre Perucho Figueredo completó su obra al dar a
conocer los versos seguramente pensados o escritos antes de que la memoria
popular consagrara su imagen de patriota inspirado sobre la cabalgadura mambisa
en lo que Martí llamó “la hora más bella y solemne de nuestra patria”.
Con el tiempo, la frase inicial,
“Al combate, corred, bayameses”, implicó a todos los cubanos. El Himno de
Bayamo lo fue, lo es, de toda Cuba. Es un canto de combate y victoria, de lo
que somos y no renunciaremos a ser. Es símbolo de nuestra nación no solo porque
ello se establezca en decretos oficiales, sino porque a lo largo de casi siglo
y medio ha encarnado en nuestro espíritu, al punto que es ya parte inalienable
de nuestra identidad.
El Himno expresa una noción que
nos define y a la cual se refirió el maestro de todos los cubanos Fernando
Ortiz cuando afirmó: “la cubanidad es principalmente la peculiar calidad de una
cultura, la de Cuba. La cubanidad es condición del alma, es complejo de sentimientos, ideas y actitudes”.
Condición que en estos momentos,
quizás como nunca, se nos presenta esencial e insustituible para afirmar
nuestra capacidad de resistencia y vocación revolucionaria. Ante los renovados
intentos de recolonizarnos y disolvernos, por parte de un adversario que nunca
ha dejado de mirar a Cuba como su patio trasero nuestro himno hoy más que nunca
es canto de rebeldía.
Permítanme compartir una vivencia.
En mis días de juventud, durante la crisis de Octubre, tuve la necesidad de
expresar, mi sentido de pertenencia.
Entonces escribí este poema al que
titulé “Patria”, con el que termino estas palabras.
PATRIA
No puedo esperar más / digo y
vuelvo a repetir ahora / que cada dia que pasa / quiero más este viento debajo
delas hojas. / Esta casa que mis ojos han visto diariamente / que yo sabré
cuidar / y la sombra del jagüey / y la tierra. / Pero no basta. Ahora van a oírme
una voz / templada en el fuego / porque han preguntado por mí. / Y me parece
que se trata de un amigo cercano / y mi corazón me entiende / y yo se que a mi
lado, en los pueblos, lejos, en el campo / hay una fuerza como el viento / que
está dispuesta a defender la vida.
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