que lo aprobaba.
Mark Twain
Para muchos, soltar la risotada en medio de un velorio deviene acto repudiable, sin embargo en el
deceso que hoy les contaré, sucedió todo
lo contrario.
La
historia ocurrió el 5 de febrero
de 1984, en el habanero Santiago de las Vegas, cuando a los vecinos del lugar se les ocurrió celebrar
un falso velatorio y posterior entierro de un tal Pachencho, con el
objetivo de garantizar la asistencia a
la fiesta por el cumpleaños del Liceo local.
Cuentan que ese día, un carromato
fúnebre recorrió las calles de la ciudad, rumbo a la necrópolis local, arrastrando
a decenas de colindantes, mientras el “difunto”, de vez en vez, sacaba la
cabeza del ataúd, para saludar a los “dolientes”, convocarlos para la
festividad y saciar su etílico deseo:
-Caballeros… un trago pal muerto, ¡Un trago, por favor…! ¡Ah…! y recuerden, amigos míos, nos vemos en el Liceo!
-Caballeros… un trago pal muerto, ¡Un trago, por favor…! ¡Ah…! y recuerden, amigos míos, nos vemos en el Liceo!
Unidos en apretada marcha
continuaron hasta el camposanto, en cuyo recorrido también estuvieron
presentes, un aparente sacerdote, el
grupo musical acompañante y la supuesta viuda:
-¡Ay, Pachencho, mi amor, te vas de
este mundo y me dejas sola, con estos cuatro muchachos!, ¿Por qué lo
hiciste?... Chico, pon de tu parte, recuerda que todavía faltan por pagar el
televisor y el frío…
Durante el recorrido del féretro,
cada quien incorporaba al inusual guión su acotación distintiva, de manera que
la escenificación de aquella especie de teatro callejero, se pareciera mucho más, al hecho real:
-¡Coño, “Pachen“, cierra los ojos
para que parezcas un muerto de verdad!
Como farsa al fin, el “occiso”
resucitaba una y otra vez en busca del
aguardiente, mientras desafinaba el
canto de un pegajoso estribillo.
-Caballeros, esto le zumba, hasta
los muertos del cementerio quieren bailar la rumba.
La celebración cobró tal
magnitud que los manifestantes exigían
cambios en el recorrido para “complacer” a quienes acariciaban la idea de disfrutar, frente a la puerta de sus hogares,
la singular representación.
Y como los imprevistos siempre están
“a pululo…” llegó el inesperado momento en que el falso velorio se cruzó con un
auténtico entierro.
-Por favor… paren la música que ese
entierro es de verdad- reclamó uno de la procesión y ahí mismo cesó el fandango.
La
repercusión del hecho trascendió los límites de la felicidad y a partir
de ese entonces, sus organizadores “negocian” con las autoridades de Comunales,
el cementerio y la funeraria…por si acaso.
Otro momento fatal resultó el mal día en que “la pelona” abrazó mortalmente al limpiabotas del pueblo,
quien durante 25 años encarnó el personaje de Pachencho:
-¡Carijo, esta vez sí que se jodió de verdad!- comentó
entristecido el viejo sepulturero.
Por unos días el abatimiento
reinó en el poblado, hasta que felizmente el Liceo consiguió un “intérprete” por reposición
y a partir de ese momento retornó la gozadera en el habanero Santiago de las
Vegas.
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