aparecido en la primera mitad del
siglo XX y frase inmortalizada
en el refranero popular cubano: La mula que tumbó a Genaro.
Muchas
son las interpretaciones formuladas alrededor del hecho y no pocos los países practicantes de tal expresión, para referirse a
cualquier acontecimiento inusual,
sorprendente o espantoso.
Dicen
que el animalito era blanquísimo como la
cal, pero no tan violento como algunos lo pintan; por su parte, Genaro
resultaba ser un tipo bromista por excelencia, torcedor de tabacos de
reconocido oficio y por discapacidad, arrastraba la pierna derecha al caminar.
Debido
a su coincidente nombre e impedimento físico, muchos lo asociaron con el trágico acontecimiento de la equina y él se lo creyó desde el primer
momento:
-¡Ese
soy yo, compay!, el mismísimo jinete, ¡claro, con menos años encima de este
cuerpo! -decía con voz ronca,
retorciéndose el bigote.
-“Mula
mansa, la mía", -comentaba a ratos- Por eso acostumbro a dormir sobre su lomo,
conozco la peligrosidad de esta práctica, pero confío en la seguridad de
la bestia, no por gusto es mi mascota
preferida.
Una tarde, fui montado sobre ella hasta la terminal del ferrocarril a
esperar la llegada de mi novia Jacinta, procedente de Camagüey, como el tren de
pasajeros demoraba demasiado, la amarré debajo de un arbusto cercano y desplazándome
sobre su acogedor dorso me acomodé como pude.
La
suave brisa y la
tranquilidad provocaron el parpadear pesado de mis ojos y pronto el sueño me vino encima.
De
repente, el pitazo de la locomotora y el
chirrido escalofriante de sus ruedas asustaron a la mula, brincó tres veces y
en el último salto me lanzó al suelo.
Debido
al inusual descenso, perdí el
conocimiento, y al recuperarlo estaba en el hospital del pueblo, con la
cabeza y la pierna derecha vendadas,
junto a mi novia.
Muchos
curiosos llegaban a verme como si yo fuera un artista de Hollywood en sus
mejores momentos. En medio del “abejeo” escuché la decisión del médico:
-
Para salir de dudas… ¡hav que hacerle el tacto!
Rápidamente
me incorporé de la camilla, sin perder de vista los gruesos dedos del especialista, él avanzaba lentamente hacia mi
dirección y yo, apretaba… los dientes, para no demostrar mi hombría.
En
honor a la verdad, respiré aliviado cuando el doctor pasaba por mi lado para
atender al paciente de la otra cama.
Allá,
en su corraleta, como si nada hubiera pasado, descansaba plácidamente la mula
que tumbó a Genaro.
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