De pequeño no creía en el
hombre del saco. Ahora me parece un poco más
real.
Anónimo
¡Ahí
viene el viejo del saco. Uuuuhhh…! decía mi madre durante los primeros años de
vida -¡Y te va a llevar si no te comes toda la papa…! (¿Papa?...) sentenciaba ella
con la cuchara llena de cereal. Y la paciencia a punto de estallar.
Desde siempre hubo un viejo
del saco, o un “coco” a través de los cuales ciertos padres amedentraban a sus
hijos, lo que ahora, este personaje, de
mito popular, está presente en casi todas las zonas del país mientras las papas
escasean en el Oriente cubano.
Realmente ese asustador de
duendes que deambulaba por las calles al anochecer, en busca de niños
desobedientes para llevárselos en un gran saco, cambió de objeto social, como
dicen los empresarios actuales:
-Manzanillaaaa…
-Panadero….calentico el pan…
-Mentolito chino, balitas de
gas, reguladores y cocinas…
En honor a la verdad, muchos miramos a estos protagonistas como el punto
clave que trae en
su bolsa el recurso inimaginado o
buscado durante mucho tiempo en la red comercial, sin resultado alguno,
por eso acudí a uno de ellos:
- ¿Papas?
-Sí, a doce pesos la libra.-dijo
sin apenas mirarme
-¡Yeyo…! ¡Compadre…!
-Chico, ¿en qué país tú
vives? -precisó el “comediante” mientras colocaba, junto al saco un simpático
cartelito:
“Ni fío, ni doy, ni presto;
porque si fío, pierdo lo que es mío, si
doy, pierdo la ganancia de hoy, y si presto, al pagar me hacen mal gesto,
entonces para evitarme todo esto, ni fío, ni doy, ni presto”.
-¡Vaya
refrán! y pensé en las sentencias
populares que llevan dentro esa carga personal y anónima llegada a nuestro
tiempo por medio de la tradición oral.
El
vendedor enderezó su cuerpo, me miró finalmente y dijo.
-Socio…
¿tú eres el que escribes las estampas en el periódico La Demajagua?
Y tras mi afirmación volvió
a la carga:
-Pues mira, te voy a hacer un cuentecito para que lo
incluyas en uno de tus escritos y dio riendas sueltas a su fabulación:
-Una joven muy preocupada
llegó a la Iglesia y sin muchas
pretensiones fue directamente al confesionario,
se agachó y contó sus descalabros.
-Perdóneme Padre… pero he pecado
- A ver hija mía, confiesa,
confiesa tus errores y serás perdonada -dijo con vez mesurada el párroco.
-Es que ayer tuve una noche
muy apasionada con mi novio e hicimos el
amor intensamente durante siete horas.
El sacerdote se quedó
pensando en el acontecimiento y le dijo:
-¿Siete veces? Hija mía, exprime
el jugo de siete limones en un vaso y los bebes sin parar
-¡Ay, Padre! Y... ¿eso me
salvará de mis pecados?
-Bueno… tanto como librarte
de tus pecados…No, ¡Pero al menos te borrará esa sonrisa de felicidad que
llevas en e! rostro.
Confieso que sonreí mientras
aquel hombre metía la mano en el saco y depositando en la mía tres papas comentó:
-Socio, es verdad que están
caras, pero de algo hay que vivir.
Pensé entonces en mi madre y
en los primeros años de vida cuando me decía apurando la cuchara:
-Uhhhh…¡Ahí viene el viejo
del saco! Uuuuhhh…
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