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jueves, 29 de enero de 2015

Teófilo



“La posibilidad de realizar un sueño es lo que hace que la vida sea interesante”.
                                                                                                      Paulo Coelho


Dicen que hace muchos años vivió, en el oriental municipio de Guisa, provincia de Granma un rico hacendado y comerciante nombrado Teófilo Espinosa Carrazana, hombre de buenos sentimientos, pelo achinado y hablar acompasado, que franqueaba horas en los escalones de la iglesia local o en el parque, donde tenía un asiento fijo. Era lo que se dice un hombre digno de admirar por sus valores humanos.
Disfrutaba la equitación, sobre todo con su caballo plateado, le fascinaba también el  potaje de garbanzos con carne  y la sopa caliente, alimentos que al caer la tarde, saboreaba junto a la familia  alrededor de  la amplia mesa llena de sillas.
Como hombre acaudalado, era también muy ahorrativo, al extremo de que en cierta ocasión, al regresar de  La Habana a su pueblo natal, se detuvo  en una provincia cercana y desde allí pasó un telegrama a quienes dejó en  casa, anunciando su próxima llegada:
“Manda doce caballo para Entronque, me quedé Ciego”. La noticia cayó como un rayo sobre el caserío y la especulación alrededor del lamentable suceso consternó a familiares y amigos. El mensaje dejaba entrever que Teófilo había perdido la visión y todos suponían el mal momento en que se encontraba.
El poblado se cubrió de tristeza hasta el mediodía. Cuando menos lo esperaban apareció él, sonriente, con su guayabera blanca de mangas largas y el lacito negro ajustado al cuello, en tanto los curiosos no hacían más que mirarle a los ojos, escudriñando  la accidentalidad, pero nada alarmante encontraron, hasta que alguien reclamó la explicación del famoso telegrama.
Teófilo estiró su lacito mariposa y con postura de orador regio dijo a los presentes:
-Parece que no entendieron bien el mensaje. Yo veo perfectamente, en realidad quise decir que alrededor de  las doce del mediodía mandaran  un caballo para el Entronque de Guisa, pues ya estaba en Ciego de Ávila.
La carcajada inundó al caserío y la singular anécdota quedó registrada para siempre.
Muchas son las historias tejidas alrededor de él, unas ciertas, otras salpicadas por la imaginación popular, como la que a continuación comento:
En cierta ocasión llegó a la comunidad un importante  norteamericano que cautivó a muchos por la forma de vestir: camisa de hilo bordada, sombrero de paño, pantalón vaquero,  polainas de última moda y un lujoso revolver ceñido  a la cintura, que brillaba mucho más cuando el sol le dejaba caer sus destellos. Era la atracción del momento.
Teófilo no quiso perderse el gran acontecimiento y llegó hasta el lugar del hecho acompañado de su hijo, a quien  todos suponían  dominaba el idioma inglés, pues durante varios años su padre le abonó mensualmente  el dinero para sufragarle esos estudios.
-Mira, mijo, este es el momento de enseñar lo aprendido, habla con el mister para que todos te vean- le comentó con tremendo orgullo y la  multitud se preparó para el diálogo.
El joven  estiró la camisa, limpió suavemente la garganta y acercándose al invitado le dijo:
-Americanín, americanín, ¿no vendes el pistolín?
El americano, sin comprender las interioridades de aquella inusual pregunta, miró con recelo al interlocutor y  expresó:
-Mister no entender….
El joven se viró a su padre y con cara de lástima le dijo:
-Papito, dice el americano que no lo vende.



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