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viernes, 4 de julio de 2014

MOA y los frijoles blancos



                                               
                                               Un pintor es un hombre que pinta lo que vende.  
                                               Un artista, en cambio, es un hombre que vende lo que pinta.
                                                                           Pablo Picasso
                                            
Finalizaba la década de los años 70 del siglo pasado,  los Beatles estaban en su esplendor  con Yesterday y  Santiago de Cuba abría las puertas a decenas de muchachos con inquietudes artísticas.
Fue en el albergue de la calle Corona donde conocí a Manuel Mauricio Olivera Álvarez (MOA); vestía   pantalón y camisa de caqui, sandalias sin medias y una boina negra que me recordaba a un viejo gallego del manglar manzanillero.
Por ese entonces Manuel también se las daba de poeta: una agenda improvisada bajo el brazo, los pinceles del otro lado y el acento puramente español  enfatizado con toda intencionalidad llamaba la atención en medio de  la populosa arteria Enramada.
Lo recuerdo envuelto entre aplausos una noche en el festival de la Federación Estudiantil de la Enseñanza Media, en el teatro Oriente, poniéndole su mejor melodía a aquella canción de Leonardo Favio llena de encanto y poesía, que ponía a latir apresuradamente los corazones.
Hoy corté una flor
Y llovía y llovía…
Esperando a mi amor
Y llovía, llovía…
Luego llegó la etapa de La escuela al campo y nos fuimos a  La Jíquima, un paraje holguinero, que acogió a los estudiantes  de artes plásticas de la "José Joaquín Tejada", los del conservatorio de música Esteban Salas y las muchachitas del ballet Santiago.
Culminó nuestra estancia allí y el obligado pase no se hizo esperar, solo que la dirección de la Escuela de artes decidió ofrecernos  un potaje de frijoles blancos como desayuno, por si la travesía a casa se tornaba difícil.
El ómnibus nos dejó en Bayamo y por la tarde un tren finalizaría el itinerario en  la ciudad de Manzanillo. Nos apresuramos a alcanzar  el andén y en apenas cinco minutos, aún con el olor a hierro encima, estábamos en casa.
La vieja, como siempre, nos recibió con tremenda alegría escoltada  por dos tazas de café. Nos miró con tremendísimo orgullo y  la tradicional  invitación no se hizo esperar.
-Vamos para que almuercen.
Aceptamos mientras ella gustosa servía en la mesa dos platos hondos rebosados de frijoles blancos. Nos miramos y  por poco le lanzamos una carcajada al unísono.
Luego  me contó MOA, quien une hoy su labor como artista de la plástica manzanillera y presidente de la UNEAC en la Ciudad del Golfo, que al llegar a Niquero, de donde es oriundo, y con grandes esperanzas de cambiar el menú, su madre, sonriente y sin conocer esta  historia, le ofreció con todo el amor del mundo otro plato humeante de frijoles blancos.

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