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viernes, 21 de junio de 2019

Ángeles desesperados




                                      En casa del jabonero, quien no cae, resbala
                                                                                             Anónimo

-Aché pa’ ti, hermana- dijo un vecino al pasar.
-Lo propio- respondió ella moviendo los collares multicolores
“Aquí, marcando para ver si sacan aceite, pollo, arroz, galletas... yo compro hasta la flauta de Richard Egües, lo que sea, precisó  Dora, una mulata cincuentona, diestra en  conseguir cuanta mercancía sale al mercado”.  
Este último personaje, bautizado como Bolsa Negra, por la oscuridad de su negocio, tiene el control de todo lo se mueve en el barrio, nadie sabe cómo se las arregla para ser la primera en cualquier venta o rebaja de precios.  
Suele verse en las cercanías de los mercados cubanos, con su mochila repleta de ofertas, una riñonera que funciona como caja recaudadora de dinero, pamela roja de alas pronunciadas, gafas oscuras  y un gajito de abre caminos en la oreja izquierda, para “espantar lo malo”.  
Y como alguien dijo que las ventas dependen de la actitud del vendedor…también predomina en ella el síndrome de “lucha”, como estatus ilegítimo del mercado por cuenta propia, en el que compra y reventa se rigen por el mismo principio:
“¡Arriba!, capsulitas de aceite de hígado de bacalao, mentolito chino, espejuelos con todas las graduaciones, zapatillas y pitusas de marca…-pregona repetidamente casi al oído del transeúnte”.
Dora se siente importante con el éxito de su negocio, forma parte del paisaje urbano, opera en cualquier tipo de moneda, nunca cierra por balance ni mor el día de la técnica y ante el déficit de artículos de aseo o alimentarios, duplica el valor de los productos con desenfado.
Tiene la habilidad de escapar con frecuencia a los operativos de control, unos dicen que se debe a la potencia de su ángel protector, otros agregan que si la dejan hablar no la matan, debido a la facilidad envidiable para salir adelante, aunque todo tiene un límite en la vida. 
Cuentan que en cierta ocasión la detuvieron en una feria sabatina.¡Acaparamiento!, comentaron muchos  y entre  el curioso abejeo de los presentes, se escuchó la voz ronca de Dora:  
-Esos 20 paquetes de espaguetis, los 40 de salchichas, los 10 de pollos y los cinco litros de aceite, son para la casa, es que mi familia es numerosa. ¡No es mi culpa! ¿Comprende?- dijo serenamente, al estilo del mejor actor de  Hollywood.
-¿Y las 20 frazadas para trapear?, ¿también son para los muchísimos?- preguntó con ironía el imponente.
-¡No, hombre, no!, las frazaditas para el piso,  son una donación que llevo para la escuela de mis nietos- dijo, con una marcada inocencia en su rostro.
-Sí, sí… comprendo- respondió el inspector sacando el talonario de multas.
Desde un balcón cercano, otro personaje con características similares, al testificar el hecho, cerró la puerta, se arrodilló ante el altar y suplicó:
-¡Misericordia, señor!, protégeme contra quienes no nos dejan vivir en paz.
Encendió el residuo de un tabaco, bañó de humo el lugar donde protegía a sus guerreros y se dispuso a alimentarlos cuando un toque a la puerta y una voz desconocida le estremecieron el cuerpo:
-Inspección estatal…
Y comentan los del barrio que ese día por poco se traga el tabaco.

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