De
vez en cuando di la verdad para
que te crean cuando mientes.
Jules Renard
Corrían los primeros años de la
década de los setenta, cuando un joven inquieto de gafas oscuras y colorida
vestimenta, nombrado Rolando Salgado Palacio, irrumpió en la cultura
manzanillera, con el sueño de convertirse en un músico famoso y transitar el
mundo con su arte.
Dicen que a los siete años de edad comenzó a tocar
instrumentos de percusión, jamás acudió a la escuela de música, investigó, como
autodidacto por excelencia, mientras los muchachos del barrio, incrédulos, le repitieran
burlonamente:
- Oye, Niño, tú no eres músico ná.
Era tanto el afán por ser grande
entre los grandes, que transitó por
diferentes espacios en busca del suyo: el grupo de música
latinoamericana Ayacucho, la trova manzanillera, tocador de tumba en la
comparsa del popular barrio de Santa Elena…. hasta emplantillarse profesionalmente en el conjunto Soneros, de
Manzanillo, dirigido por el trompetista
Tomás Sánchez, recorriendo junto a ese
colectivo varios municipios de la provincia.
Tras regresar al
terruño, vecinos y amigos se interesaban siempre por la última gira del
referido personaje y encontraban en él la inventada respuesta:
-Chico, andaba por Europa y de paso llegué hasta Brasil-
decía con pícara mirada y ahí mismo les prometía, para el próximo viajecito, un
regalo para estimular a los más allegados.
En tiempos de ausencia, los interesados en el
donativo, pasaban a menudo por la casa para corroborar la veracidad del
hecho:
-María ¿es verdad que tu hijo anda de viaje por los
países?-y la madre, apenada, bajaba la cabeza y arremetía contra el muchacho cuando
llegaba al hogar.
Por ese entonces estaba de moda la
canción de Adalberto Álvarez El bongosero mentiroso, como él tocaba bongó y era un experto en falsear la
realidad, sus compañeros lo bautizaron como “Niño mentira”.
Así, tejiendo imaginarias historias,
llegó a tocar las congas junto a Cándido Fabré y su banda, hasta que un
día Ángel, el hijo de Félix Chapotin, lo descubrió, se lo llevó para La Habana, enseñándole los
últimos secretos de ese instrumento
Luego formó parte de
Los Bocucos, la orquesta del Niño Ribera, Los Chuquis, Barbarito
Torres y su piquete cubano, el Buena
Vista Social Club, la Afro
Cuban All Star… y comenzó a viajar por el mundo, esta vez muy
en serio: Brasil, México, Francia, giras por toda Europa, Japón, África,
Australia, Israel, Marruecos, Singapur, Malasia, Curasao, San Martín, San
Bartolomé, Jamaica, Rusia, Inglaterra, Alemania, Estados Unidos de
Norteamérica… acaparando la atención de la prensa especializada internacional:
"El Niño
Salgado, percusionista de la legendaria
agrupación cubana Buena Vista Social Club, está en Guayaquil" -anunciaba
un periódico ecuatoriano.
Allí, la escuela de música contemporánea Paradox lo declara
maestro de percusión, al abrirse en la
institución esa nueva rama melódica, mientras él multiplicaba sus aportes a la historia del instrumento, con
trabajos y proyectos novedosos para ese género en Cuba. De esa forma, el Niño
Salgado cumplía su anhelado sueño.
Me sentía orgulloso de tener un amigo afamado, por eso
cada vez que coincidíamos, chateábamos gustosos
en la Internet
y hasta me prometió una botella de Tequila para festejar
la victoria al regresar del país azteca.
Pensé en sus bromas de juventud, en
los regaños de la vieja María, en la personalidad de mi amigo… y por muchas razones le creí.
Hace más de cuatro años de aquella promesa y aún
siento la ligera impresión de que la historia inicial se repite.
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