“Ceibabo es una comunidad rural de Niquero en la que
casi nadie vive, apenas se habla de ese lugar, allí nací el 22 de septiembre de
1949, a las once de la mañana, mis padres para no quedarse atrás, también
decidieron mudarse para la cabecera de ese costero municipio y fui con ellos.
“Como dicen los artistas, yo pinto desde chiquito,
sobre todo cuando cursaba el sexto grado, aunque en la secundaria creció mi interés
por el dibujo, a tal punto que me dedicaba a hacerles retratos a los más feos
del aula.
“Recuerdo que había dos de ellos que los dibujaba en
los bancos, en las aceras, en cualquier lugar, los muchachos del barrio
reconocían aquellos rostros y se burlaban, sabían que yo era el autor y que figuraba
también entre los más feos, pero no me reflejaba porque me parecía una
autodenuncia.
“En ese tiempo participé en varios concursos y me
vinculé a la Casa de Cultura, así llegué al noveno grado que repetí varias
veces por error de concepto: -si en Niquero no hay preuniversitario, ¿para qué estudiar?
-decía en aquel tiempo.
“Bajo protesta me presenté para ratificar matrícula,
la secretaria docente indicó que no podía hacerlo más, debía llenar unas
planillas y marcar tres opciones para ingresar en la Escuela técnica General
Milanés, de Bayamo.
“Cumpliendo las indicaciones lo hice: por afinidad
señalé Dibujo técnico en primer lugar, en segundo Electrónica y en tercero
Fresa, desconociendo sus especificidades.
“Para mi asombro recibí la última, me personé en la
escuela y cuando vi aquellas máquinas llenas de grasa, dije por dentro: -Esto
no es lo mío- y cambié para Electrónica.
“La mayor parte del tiempo lo pasábamos cortando caña,
desyerbando plátanos…, solicité la baja, interesado en una convocatoria
publicada por el periódico Sierra Maestra,
de Santiago de Cuba, para estudiar Artes Plásticas.
“Allá me fui con un peso en el bolsillo, jamás había
estado en esa ciudad, llegué de noche y el guía encontrado al azar, me llevó a
Arte y oficio, le aclaré que no era allí, pregunté a otra persona y me explicó
que el centro de estudios estaba en el otro extremo de la ciudad, esa noche
dormí en un banco a la entrada de la academia.
“Amaneció y un profesor me informó que las pruebas de
ingreso habían culminado, ¿ahora qué hago? -dije- y me respondió.
-¿Tú eres el que mandó una carta desesperada?
“Tras la afirmación, se interesó por el caso, hice la
prueba e ingresé en la Escuela provincial de Artes Plásticas José Joaquín
Tejada, egresando cuatro años después en la especialidad de dibujo y pintura.
“La boleta de graduado especificaba que haría el
servicio social en Manzanillo, en honor a la verdad pensé regresar a Santiago,
allí tenía trabajo, por cuestiones de la vida me quedé en la Ciudad del Golfo, desde
1972, hasta hoy, víspera de mis setenta años de edad.
“Aquí dirigí varias instituciones culturales, trabajé
de jurado en disímiles concursos, alcancé la Licenciatura en Educación Artística. Formé a varias generaciones de pintores, una familia, tengo a mis
mejores amigos y presido el Comité municipal de la Uneac.
“Como si fuera poco, disfruto también el placer de
inaugurar esta noche en la Sala Julio Girona, mi vigésima exposición personal denominada
Epigramas, homenaje al poeta tunero Carlos Tamayo, autor de la mayor cantidad de
sentencias literarias que conozco, espero la disfruten”.
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