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viernes, 11 de octubre de 2019

Los primeros y últimos setenta años de MOA



“Ceibabo es una comunidad rural de Niquero en la que casi nadie vive, apenas se habla de ese lugar, allí nací el 22 de septiembre de 1949, a las once de la mañana, mis padres para no quedarse atrás, también decidieron mudarse para la cabecera de ese costero municipio y fui con ellos.
“Como dicen los artistas, yo pinto desde chiquito, sobre todo cuando cursaba el sexto grado, aunque en la secundaria creció mi interés por el dibujo, a tal punto que me dedicaba a hacerles retratos a los más feos del aula.
“Recuerdo que había dos de ellos que los dibujaba en los bancos, en las aceras, en cualquier lugar, los muchachos del barrio reconocían aquellos rostros y se burlaban, sabían que yo era el autor y que figuraba también entre los más feos, pero no me reflejaba porque me parecía una autodenuncia.
“En ese tiempo participé en varios concursos y me vinculé a la Casa de Cultura, así llegué al noveno grado que repetí varias veces por error de concepto: -si en Niquero no hay preuniversitario, ¿para qué estudiar? -decía en aquel tiempo.
“Bajo protesta me presenté para ratificar matrícula, la secretaria docente indicó que no podía hacerlo más, debía llenar unas planillas y marcar tres opciones para ingresar en la Escuela técnica General Milanés, de Bayamo.
“Cumpliendo las indicaciones lo hice: por afinidad señalé Dibujo técnico en primer lugar, en segundo Electrónica y en tercero Fresa, desconociendo sus especificidades. 
“Para mi asombro recibí la última, me personé en la escuela y cuando vi aquellas máquinas llenas de grasa, dije por dentro: -Esto no es lo mío- y cambié para Electrónica.
“La mayor parte del tiempo lo pasábamos cortando caña, desyerbando plátanos…, solicité la baja, interesado en una convocatoria publicada por el periódico Sierra Maestra, de Santiago de Cuba, para estudiar Artes Plásticas. 
“Allá me fui con un peso en el bolsillo, jamás había estado en esa ciudad, llegué de noche y el guía encontrado al azar, me llevó a Arte y oficio, le aclaré que no era allí, pregunté a otra persona y me explicó que el centro de estudios estaba en el otro extremo de la ciudad, esa noche dormí en un banco a la entrada de la academia.
“Amaneció y un profesor me informó que las pruebas de ingreso habían culminado, ¿ahora qué hago? -dije- y me respondió.
-¿Tú eres el que mandó una carta desesperada?
“Tras la afirmación, se interesó por el caso, hice la prueba e ingresé en la Escuela provincial de Artes Plásticas José Joaquín Tejada, egresando cuatro años después en la especialidad de dibujo y pintura.
“La boleta de graduado especificaba que haría el servicio social en Manzanillo, en honor a la verdad pensé regresar a Santiago, allí tenía trabajo, por cuestiones de la vida me quedé en la Ciudad del Golfo, desde 1972, hasta hoy, víspera de mis setenta años de edad.
“Aquí dirigí varias instituciones culturales, trabajé de jurado en disímiles concursos, alcancé la Licenciatura en Educación Artística. Formé a varias generaciones de pintores, una familia, tengo a mis mejores amigos y presido el Comité municipal de la Uneac.
“Como si fuera poco, disfruto también el placer de inaugurar esta noche en la Sala Julio Girona, mi vigésima exposición personal denominada Epigramas, homenaje al poeta tunero Carlos Tamayo, autor de la mayor cantidad de sentencias literarias que conozco, espero la disfruten”.

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