Todo buen bisnero debe tener una buena
mula y una buena vieja. Que la mula no sea tan vieja y que la vieja no sea tan
mula.
Anónimo
Cutingo es un cubano obsesionado por
las colas y por viajar a otro país para comprobar lo que muchos dicen cuando se
habla de las bondades de “a-fuera”, por eso la propuesta de un vecino le llegó como amuleto al desprotegido:
-¿Quieres viajar de “mula” a
Colombia?- indagó el conocido.
-¿Mula?, ¿qué pasa, compay? Yo soy un
hombre- ripostó el aludido.
-Mula les decimos en Cuba a quienes
viajan a otro país a cambio de una breve estimulación económica por lo que traes,
es un negocio rentable- aclaró el primero y prosiguió; yo te pago el pasaporte
y los demás gastos del viaje, incluida la compra de pacotillas y te suelto una tierrita en CUC, de manera
que placer y negocio se te unirán en un mismo destino.
-Bueno… si es como dices… trato hecho.
Y al estilo del popular cantante Cimafunk
salió cantando:
-Me voyyyyy… pa’ Colombia…
Y en menos de un estornudo, Cutingo y
su amigo subieron a bordo de la aeronave con destino a Bogotá.
-“Señores pasajeros, bienvenidos a
Copa Airlines- dijeron por el audio, abróchense el cinturón de seguridad,
mantengan el respaldo de su asiento en posición vertical y la mesita plegada. CopaAirlines les desea un feliz vuelo.
A mitad del recorrido, una turbulencia
provocó saltos y descensos que aterraron a los pasajeros, las aeromozas se precipitaron por el pasillo de la nave detrás del carrito con los bocaditos retractilados,
uno de los cuales se proyectó sobre el pecho de Cutingo, que al percatarse de
aquel “regalo de los dioses” exclamó como un niño:
-Lo vi primero- y lo escondió en el
bolsillo del abrigo.
Pronto reinó la calma en el interior
de la aeronave que anunciaba el final del viaje:
-Estimados pasajeros, dentro de breves
minutos aterrizaremos en el Aeropuerto
Internacional El Dorado, de Bogotá, por favor, permanezcan sentados y con el
cinturón de seguridad abrochado hasta que el avión haya detenido completamente
los motores y la señal luminosa se apague, comprueben que llevan consigo todo
su equipaje de mano y objetos personales, incluyendo el bocadito apropiado
indebidamente por el pasajero Cutingo, del asiento 24.
En tierra firme, un taxi los conducía
al hospedaje y el diálogo sobre lo acontecido floreció en plena carretera:
-Chico, ¿cómo supieron que me cogí un
pan con queso?- se preguntó Cutingo.
-Debe ser por las cámaras de
seguridad- respondió el compañero de viaje.
Al amanecer emprendieron un minucioso
recorrido por los establecimientos comerciales aledaños a la residencia contratada
y en poco tiempo comenzaron a embalar toda la pacotilla, que luego
comercializarían al llegar a Cuba.
Una aglomeración de personas los
detuvo el último día de su estancia en el país,
Cutingo para congraciarse con una
colombiana de cuerpo colosal, al estilo de las criollitas de Wilson, se
le acercó y confidencialmente le comentó:
-Señora, ¡tremenda cola!
La aludida se viró bruscamente y con
cara de pocos amigos le soltó una bofetada en pleno rostro.
-¡Atrevido!, ¡indecente!-
le dijo.
Claro, Cutingo no sabía lo que
significaba la palabra cola en Colombia.
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