“La posibilidad de realizar un sueño es lo que
hace que la vida sea interesante”.
Dicen que hace muchos años vivió, en el oriental
municipio de Guisa, provincia de Granma un rico hacendado y comerciante nombrado Teófilo Espinosa
Carrazana, hombre de buenos sentimientos, pelo achinado y hablar acompasado,
que franqueaba horas en los escalones de la iglesia local o en el parque, donde
tenía un asiento fijo. Era lo que se dice un hombre digno de admirar por sus
valores humanos.
Disfrutaba la equitación, sobre todo con su caballo
plateado, le fascinaba también el potaje
de garbanzos con carne y la sopa
caliente, alimentos que al caer la tarde, saboreaba junto a la familia alrededor de la amplia mesa llena de sillas.
Como hombre acaudalado, era también muy ahorrativo,
al extremo de que en cierta ocasión, al regresar de La Habana a su pueblo natal, se detuvo en una provincia cercana y desde allí pasó un
telegrama a quienes dejó en casa,
anunciando su próxima llegada:
“Manda doce caballo para Entronque, me quedé Ciego”.
La noticia cayó como un rayo sobre el caserío y la especulación alrededor del
lamentable suceso consternó a familiares y amigos. El mensaje dejaba entrever
que Teófilo había perdido la visión y todos suponían el mal momento en que se
encontraba.
El poblado se cubrió de tristeza hasta el mediodía. Cuando
menos lo esperaban apareció él, sonriente, con su guayabera blanca de mangas
largas y el lacito negro ajustado al cuello, en tanto los curiosos no hacían
más que mirarle a los ojos, escudriñando la accidentalidad, pero nada alarmante
encontraron, hasta que alguien reclamó la explicación del famoso telegrama.
Teófilo estiró su lacito mariposa y con postura de
orador regio dijo a los presentes:
-Parece que no entendieron bien el mensaje. Yo veo
perfectamente, en realidad quise decir que alrededor de las doce del mediodía mandaran un caballo para el Entronque de Guisa, pues ya
estaba en Ciego de Ávila.
La carcajada inundó al caserío y la singular anécdota
quedó registrada para siempre.
Muchas son las historias tejidas alrededor de él,
unas ciertas, otras salpicadas por la imaginación popular, como la que a
continuación comento:
En cierta ocasión llegó a la comunidad un
importante norteamericano que cautivó a
muchos por la forma de vestir: camisa de hilo bordada, sombrero de paño,
pantalón vaquero, polainas de última
moda y un lujoso revolver ceñido a la
cintura, que brillaba mucho más cuando el sol le dejaba caer sus destellos. Era
la atracción del momento.
Teófilo no quiso perderse el gran acontecimiento y
llegó hasta el lugar del hecho acompañado de su hijo, a quien todos suponían
dominaba el idioma inglés, pues durante varios años su padre le abonó
mensualmente el dinero para sufragarle
esos estudios.
-Mira, mijo, este es el momento de enseñar lo
aprendido, habla con el mister para que todos te vean- le comentó con tremendo
orgullo y la multitud se preparó para el
diálogo.
El joven estiró la camisa, limpió suavemente la
garganta y acercándose al invitado le dijo:
-Americanín, americanín, ¿no vendes el pistolín?
El americano, sin comprender las interioridades de
aquella inusual pregunta, miró con recelo al interlocutor y expresó:
-Mister no entender….
El joven se viró a su padre y con cara de
lástima le dijo:
-Papito, dice el americano que no lo vende.
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