El que busca un amigo sin
defectos se queda sin amigos.
Anónimo.
A
veces pienso que Alberto Francisco Guerrero Peláez, es un nombre intrascendente para los manzanilleros, sin
embargo, “Betico”, el de la imprenta, deviene calificativo pintoresco y
reconocido, o sea, el mismo personaje pero con intencionado marketing.
En
él se tejen sólidas tradiciones costumbristas y miles de chistes, en su mayoría con cierto sabor etílico, que
invitan al disfrute pleno de una copa de pensamiento, como parte
indisoluble de los valores identitarios
que lleva dentro.
Diariamente
suele sentarse en un banco del parque
Paquito Rosales, su hábitat mañanero, para compartir la tertulia con viejos amigos que rememoran las travesuras y
anécdotas de sus andares por los años.
Un
encuentro inesperado en su “puesto de trabajo” post laboral, fue lo suficiente
para hurgar su vida, más allá del linotipo, las galeras, el plomo y el
inconfundible olor a tinta de la imprenta El arte que le abrió las puertas para
adentrarse en ese fascinante mundo.
Su
deporte favorito es el jaibol, aunque el strike a lo Pinilla le fascina a pesar
de las reiteradas advertencias de su esposa para que aleje tan dañina práctica:
-Betico,
no tomes más…-le suplica a ratos mientras encuentra en él la acostumbrada
respuesta:
-No
estoy bebiendo de más, vieja…es lo mismo de siempre…
Este
singular hombre, de 75 años de edad y 15 como jubilado de las Artes gráficas,
deja su impronta al pasar con válidas
propuestas para un buen libreto
del Festival del humor Aquelarre.
-Betico,
la bebida te está matando lentamente… -dicen algunos mientras la réplica no se hace esperar:
-Chico ¿Y quién te dijo que yo tengo apuro en
morirme?-¡Ah…!, pero si alguien le increpa para
que tome con medida, siempre confiesa:
-Precisamente
por eso llevo en el bolsillo una cinta
métrica, para no irme de rosca en el
trago.
Realmente
mi amigo no es un clásico de la filosofía, ni mucho menos, confía en la espiritualidad
del hombre que aspira al mejoramiento humano, sus cánones existenciales
sobrepasan lo apocalíptico, alejan la grosería, se imponen ante la vulgaridad. Y
está presto a compartir la sonrisa con
sus cotidianas ocurrencias.
Hace
pocos días, se me acercó con cara de fiesta cumpleañera y me dijo:
-Chico,
si de bebida se trata, lo único que lamento en mi vida es el no haber “tomado”·en su momento el cuartel de bomberos
de Manzanillo.
Y
lanzando una carcajada se alejó rumbo a
su casa.
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