La muerte es un sueño sin sueños.
Napoleón Bonaparte
A
veces pienso que la muerte es algo muy serio, pero como alguien dijo que los
cubanos nos reímos de todo, pues de esa forma también lo hacemos con la señora
de capucha negra y guadaña jorobada.
Digo
esto y recuerdo a Samuel
Feijóo, ese personaje inquieto, versátil y emblemático de la cultura
cubana, nacido el 31 de marzo de 1914, en San Juan de los
Yeras, provincia de Las Villas (hoy Villa Clara), quien, aunque muy cuestionado
por su forma de narrar, dejó una interesante impronta cargada de güijes, fantasmas,
botijas legendarias, supersticiones y miedos, propia del fecundo imaginario, de su prosa reiterativa y jaranera:
“Un
negro salió a cazar palomas y salió con la promesa de cazar dos palomas, una pa
él y otra pa San Lázaro. Entró por un monte y le salieron dos palomas. Jaló por
su escopeta y tiró y tumbó una paloma.
Y
el negro dijo, mirando pa la paloma que salió volando:
-¡Cógela,
San Lázaro, que esa es la tuya!”
Realmente
la creencia en los dioses, espíritus y aparecidos es tan vieja como
Matusalén: “…Sófocles describe el encuentro de Clitemnestra con su difunto
esposo…Homero narra el de Penélope con su
difunta hermana… Filóstrato nos muestra a Aquiles abandonando su tumba
para regresar a ella cuando cantara el gallo…”
La mayor parte de esas creencias “postmortem” se
las trae, como dijo un viejo amigo, quien aseguraba que al morir una persona su alma no
abandonaba de inmediato el cuerpo que habitaba, debían practicársele algunos ritos,
entre ellos el novenario, para que el difunto quedara satisfecho y no volviera.
Sostenía,
además que en su casa
se escuchaban por la noche pasos, ruidos extraños, se abría o cerraba la puerta
del patio… como en las películas de terror….corroborando su hipótesis de que
eso sucedía cuando el cuerpo del difunto abandonaba la casa y
nadie se preocupaba por quemar la cama
del occiso ni de lavar su ropa, como lo indicaba una vieja leyenda.
Pensé entonces en María Gaudiosa
Arias Acosta, una manzanillera de 74
años de edad, residente en la calle Dolores, número 7: licenciada en Inglés, que domina a la perfección, madre de dos hijos y abuela de cuatro
nietos.
Tal vez, visto el asunto de esa
forma, nada tiene que ver con lo narrado por mi amigo, lo realmente curioso de
esto es que su marido murió el
27 de noviembre de 1989, y desde entonces el miedo se apoderó de ella e hizo tanto rechazo a la cama, que
desde esa fecha duerme sentada en un balance.
Cuenta que durante los primeros días
del fallecimiento de su esposo lo sentía a su lado, en la cama, o asomado a
veces por la persiana del cuarto, de
manera que, un tanto aterrada por el suceso, abandonó el dormitorio, para conciliar el sueño de esa manera singular.
Si bien Carlos Gardel plasmó en una
de sus canciones que 209 años no es nada, un cuarto de siglo durmiendo en
un balance es un alarmante récord Guinness para quien ve la vida más allá de
la muerte.
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