Si
haces planes para un año, siembra arroz, si los
haces
para dos lustros, planta árboles, si los
haces
para toda la vida, educa a una persona.
Proverbio
chino
Cuentan
que el precursor de las fondas chinas en Cuba fue el asiático Chun Long, quien
en 1858, durante los inicios de la colonización, abrió una pequeña casa de
comidas en la intercepción de Zanja y Rayo, en La Habana, con la finalidad de
alimentar y alojar a marineros y a viajeros que tocaban puerto.
Como
la iniciativa del “chinito” fue genial, sus paisanos Lin Si Yin y Chin Pan
(vaya nombrecitos) colocaron similares establecimientos en los alrededores de
las referidas arterias, sumándose luego otros vendedores ambulantes de viandas,
frutas, verduras, carnes, prendas y de quincallería, originando, finalmente, el
nacimiento del Barrio Chino.
Pero
la idea comercial traspasó aquel asentamiento fundacional y en 1907, en lo que
es hoy la plaza y parquecito central de Julia, en Granma, un noble comerciante
nombrado Ben Zen Hong, instituyó el primer servicio social de la zona,
reconocido como La fonda del chino.
Dicen
que el asiático se estableció en el lugar, atraído por la hermosura del paisaje
local y lo caudaloso de las aguas del río Babatuaba, en cuyas orillas
proliferaba una amplia variedad de frutas tropicales.
La
llegada del ferrocarril al poblado en 1910 resultó el acontecimiento del siglo,
un acaudalado de la región permitió que por sus tierras atravesara el “camino
de hierro” y en honor a esta acción la compañía norteamericana que trabajaba en
los preparativos de la vía férrea bautizó el asentamiento con el nombre de
Julia, la hija mayor del referido jerarca.
De
esta forma quedaba sustituido el patronímico de ese asentamiento, conocido como
El Chino, que nada tiene que ver con Ben Zen y sí con otro oriental radicado
anteriormente en la región.
Se
trataba de un curandero del que ya nadie recuerda su nombre, pero sí sus
grandes poderes curativos y disposición para aliviar cualquier dolencia
utilizando aromáticos mejunjes, sustentados en la tradición milenaria del país
oriental.
Escoltado
por la vegetación atractiva y exuberante, Ben Zen levantó su fonda, devenida
sitio casi insustituible para calmar las pretensiones alimentarias de viajeros
y lugareños.
El
menú era sugerente y variado: liseta frita, cerveza, refresco, batido,
escabeche aliñado en vasijas de barro...cuyos sabores y olores alborotaban el
apetito de quienes esperaban su turno en las prolongadas colas mantenidas hasta
cerca de la media noche.
Con
el paso del tiempo Ben Zen se fusionó al contexto sociocultural de la comarca,
tras enamorarse de la mestiza Idelfa Peña, excelente madre que le dio tres
hijos: Omar, Josefa y a Marta, a quien también adoró por ser hija de la
esposa-cocinera que ayudó a sostener el hogar y a multiplicar la huella china
en Julia.
Dicen
que jamás lo vieron de mal humor y que a ratos repetía la consabida frase que
lo inmortalizó:
-Tú
pide, tú paga, come mucho, chinito cobra mucho.
Y
así, con el recuerdo de sus dragones y secretos tibetanos partió al sueño
eterno, tal vez con la seguridad de encontrarse con los suyos más allá del sol naciente.
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