Un artista, en cambio, es un hombre
que vende lo que pinta.
Pablo
Picasso
Finalizaba
la década de los años 70 del siglo pasado,
los Beatles estaban en su esplendor con Yesterday y Santiago de Cuba abría las puertas a decenas
de muchachos con inquietudes artísticas.
Fue
en el albergue de la calle Corona donde conocí a Manuel Mauricio Olivera
Álvarez (MOA); vestía pantalón y camisa
de caqui, sandalias sin medias y una boina negra que me recordaba a un viejo
gallego del manglar manzanillero.
Por
ese entonces Manuel también se las daba de poeta: una agenda improvisada bajo
el brazo, los pinceles del otro lado y el acento puramente español enfatizado con toda intencionalidad llamaba
la atención en medio de la populosa
arteria Enramada.
Lo
recuerdo envuelto entre aplausos una noche en el festival de la Federación
Estudiantil de la Enseñanza Media, en el teatro Oriente, poniéndole su mejor
melodía a aquella canción de Leonardo Favio llena de encanto y poesía, que
ponía a latir apresuradamente los corazones.
Hoy
corté una flor
Y
llovía y llovía…
Esperando
a mi amor
Y
llovía, llovía…
Luego
llegó la etapa de La escuela al campo y nos fuimos a La Jíquima, un paraje holguinero, que acogió
a los estudiantes de artes plásticas de
la "José Joaquín Tejada", los del conservatorio de música Esteban
Salas y las muchachitas del ballet Santiago.
Culminó
nuestra estancia allí y el obligado pase no se hizo esperar, solo que la
dirección de la Escuela de artes decidió ofrecernos un potaje de frijoles blancos como desayuno,
por si la travesía a casa se tornaba difícil.
El
ómnibus nos dejó en Bayamo y por la tarde un tren finalizaría el itinerario en la ciudad de Manzanillo. Nos apresuramos a
alcanzar el andén y en apenas cinco
minutos, aún con el olor a hierro encima, estábamos en casa.
La
vieja, como siempre, nos recibió con tremenda alegría escoltada por dos tazas de café. Nos miró con
tremendísimo orgullo y la tradicional invitación no se hizo esperar.
-Vamos
para que almuercen.
Aceptamos
mientras ella gustosa servía en la mesa dos platos hondos rebosados de frijoles
blancos. Nos miramos y por poco le
lanzamos una carcajada al unísono.
Luego me contó MOA, quien une hoy su labor como
artista de la plástica manzanillera y presidente de la UNEAC en la Ciudad del
Golfo, que al llegar a Niquero, de donde es oriundo, y con grandes esperanzas
de cambiar el menú, su madre, sonriente y sin conocer esta historia, le ofreció con todo el amor del
mundo otro plato humeante de frijoles blancos.
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