En casa del jabonero, quien no cae, resbala
Anónimo
-Aché pa’ ti, hermana-
dijo un vecino al pasar.
-Lo propio- respondió
ella moviendo los collares multicolores
“Aquí, marcando para
ver si sacan aceite, pollo, arroz, galletas... yo compro hasta la flauta de
Richard Egües, lo que sea, precisó Dora,
una mulata cincuentona, diestra en conseguir
cuanta mercancía sale al mercado”.
Este último personaje,
bautizado como Bolsa Negra, por la oscuridad de su negocio, tiene el control de
todo lo se mueve en el barrio, nadie sabe cómo se las arregla para ser la
primera en cualquier venta o rebaja de precios.
Suele verse en las
cercanías de los mercados cubanos, con su mochila repleta de ofertas, una riñonera que
funciona como caja recaudadora de dinero, pamela roja de alas pronunciadas,
gafas oscuras y un gajito de abre
caminos en la oreja izquierda, para “espantar lo malo”.
Y como alguien dijo
que las ventas dependen de la actitud del vendedor…también predomina en ella el
síndrome de “lucha”, como estatus ilegítimo del mercado por cuenta propia, en
el que compra y reventa se rigen por el mismo principio:
“¡Arriba!, capsulitas
de aceite de hígado de bacalao, mentolito chino, espejuelos con todas las
graduaciones, zapatillas y pitusas de marca…-pregona repetidamente casi al oído
del transeúnte”.
Dora se siente
importante con el éxito de su negocio, forma parte del paisaje urbano, opera en
cualquier tipo de moneda, nunca cierra por balance ni mor el día de la técnica
y ante el déficit de artículos de aseo o alimentarios, duplica el valor de los
productos con desenfado.
Tiene la habilidad de
escapar con frecuencia a los operativos de control, unos dicen que se debe a la
potencia de su ángel protector, otros agregan que si la dejan hablar no la
matan, debido a la facilidad envidiable para salir adelante, aunque todo tiene
un límite en la vida.
Cuentan que en cierta
ocasión la detuvieron en una feria sabatina.¡Acaparamiento!, comentaron muchos y entre
el curioso abejeo de los presentes, se escuchó la voz ronca de Dora:
-Esos 20 paquetes de
espaguetis, los 40 de salchichas, los 10 de pollos y los cinco litros de
aceite, son para la casa, es que mi familia es numerosa. ¡No es mi culpa! ¿Comprende?-
dijo serenamente, al estilo del mejor actor de
Hollywood.
-¿Y las 20 frazadas
para trapear?, ¿también son para los muchísimos?- preguntó con ironía el
imponente.
-¡No, hombre, no!,
las frazaditas para el piso, son una
donación que llevo para la escuela de mis nietos- dijo, con una marcada inocencia
en su rostro.
-Sí, sí… comprendo- respondió
el inspector sacando el talonario de multas.
Desde un balcón
cercano, otro personaje con características similares, al testificar el hecho,
cerró la puerta, se arrodilló ante el altar y suplicó:
-¡Misericordia,
señor!, protégeme contra
quienes no nos dejan vivir en paz.
Encendió el residuo
de un tabaco, bañó de humo el lugar donde protegía a sus guerreros y se dispuso
a alimentarlos cuando un toque a la puerta y una voz desconocida le estremecieron
el cuerpo:
-Inspección estatal…
Y comentan los del
barrio que ese día por poco se traga el tabaco.
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