Por LUIS CARLOS SUÁREZ
Hablar de la cultura, dialogar con ella y sobre ella, es tocar el
costado sensible de nuestro destino como nación, sobre todo hoy, cuando se
decide en el mundo, no solo la supervivencia ecológica sino el drama terrible
que viven los sueños de justicia y dignidad, agobiados por la intolerancia y el
rostro, ya sin antifaz, de un imperialismo consciente de que si lacera el
cuerpo de la cultura de una nación y por esa vía su identidad, puede castrar su
esencia y convertirla en una caricatura mimética al servicio de sus
irracionales aspiraciones.
Ni estandarización de gustos y pensamientos, ni la invitación permanente
a negarnos en lo que somos, para realizar
lo que aspiran seamos, nos salva ni fortalece como nación. Pero tenemos
escudos, antídotos legados por una historia de lucha y sacrificio. Y menciono
uno importante: la imbricación, el diálogo permanente entre Civismo y Cultura.
Grandes creadores, pensadores agudos y cultos han acompañado a la preocupación
por los destinos de nuestra Patria, muchos murieron en defensa de sus ideales:
nuestro José Martí, Carlos Manuel de Céspedes, Juan Clemente Zenea, Perucho
Figueredo, Gabriel de la Concepción Valdés (Plácido), Julio Antonio Mella, Roa,
Carlos Rafael Rodríguez, Rubén Martínez Villena, Pablo de la Torriente Brau,
nuestro querido Comandante Fidel.
Por lo tanto, lo que valoremos hoy en este balance del trabajo realizado
en el año 2018 y las proyecciones para el 2019, no está separado de nuestra
historia cultural, es un momento importante, aunque lo veamos mínimo,
cotidiano, porque comienza un año y valorar lo realizado puede ser la punta de
una buena proa hacia el futuro. Debemos optar por una valoración crítica, que
no es censura, sino ejercicio del criterio, como diría nuestro Martí. Pero esa
vocación crítica no podemos relegarla a un balance del año, debe constituir un
estilo de trabajo, y será útil si la
insertamos en la proyección de desarrollo que nos hemos trazado, para eso necesitamos
una conciencia de nuestras aspiraciones y lo que representan para el destino de
nuestra región y del país.
Pero estos contenidos no son abstractos, se recogen en un Programa Cultural
que no puede convertirse en un documento permutado a una gaveta, sino un
verdadero instrumento de trabajo. ¿Por dónde andamos, qué queremos, qué nos
falta, con qué contamos? Si no hay una acción con un pensamiento cultural
premeditado, tocado por la intencionalidad, sustituimos la valoración eficaz
por “se hizo o no se hizo”, o por cifras apuradas; recordemos las diferencias
entre cantidad y calidad. Y para nosotros calidad es sinónimo de cumplimiento
de objetivos culturales.
Ya circulan entre nosotros las proyecciones de trabajo del Ministerio de
Cultura para el año 2019. Una lectura detenida, nos muestra un pensamiento
coherente y estratégico para enfrentar los grandes retos culturales en este
período. Ahora bien, no basta con conocer ese proyecto de prioridades. Tan
importante como conocerlo es macerarlo en un mortero de pensamiento estratégico
y hacerlo vivir en el contexto de nuestra provincia. Esto requiere de
independencia en el trabajo, creatividad y conocimiento de nuestras
necesidades. Recordemos que nos movemos dentro de un rango de identidades y no
podemos olvidar la de nuestra región con sus particularidades y prioridades
específicas.
Toda esta labor lleva al frente
la enarbolada bandera de nuestra Política Cultural, sus contenidos deben
acompañarnos en la cotidianidad, pensar nuestra proyección cultural desde su
política, que constituye un eslabón importante en nuestro camino hacia el
desarrollo de la nación como entidad soberana que nunca va, por difíciles que
sean sus circunstancias vivenciales, a negociar y envilecer su destino.
Estamos conscientes de una disyuntiva compleja. Aunque somos el llamado
sector de la cultura, la cultura cubana no está sectorializada, ella nos
trasciende, sobre todo cuando tenemos conciencia de que no es solo arte y
Literatura, que la mirada debe ser cada día más amplia, más antropológica. Es
por eso que constreñir la política cultural al sector de la cultura pudiera ser
una limitación que hay que vencer. La Política Cultural debe ser conocimiento
de nuestras escuelas, universidades, y también de las instancias
gubernamentales y políticas porque actúan directamente con proyecciones culturales
de gran trascendencia, tiene que ser interiorizada permanentemente por nuestros
medios de difusión masiva, para que el trabajo que realizan no niegue lo que
ampara y defiende. De ahí la necesidad de fortalecer, cada día más, nuestro
sistema de relaciones.
No solo la globalización neoliberal y las proyecciones hegemónicas que aspiran
a dominarnos, son causa de las distorsiones en el consumo cultural. A veces las
tentaciones de una popularidad a priori que termina en populismo barato, son
responsables del mal gusto, del mimetismo. No resolvemos prioridades culturales
queriéndonos parecer a otros para gustar. Y eso lo vemos en nuestra cotidianidad,
cuando visitamos un cabaret o cuando no podemos evitar el bombardeo agresivo de
imágenes que nos agreden en un largo viaje hacia la Habana en la costosa guagua Yutong, traída al país con el
esfuerzo de un Estado que trata de mejorar la vida de su población.
Pero no podemos enfrentar estos desafíos sin la superación y el estudio
constante. Tenemos que acudir al estudio de la Cultura Cubana en su diacronía,
es decir cómo se ha movido en el tiempo, pero también en su variante sincrónica,
lo que hacemos ahora. Debemos actualizar nuestros conocimientos. Somos un país
con importantísimas revistas culturales. Ahí está Temas, El Caimán Barbudo, La
Gaceta de la UNEAC, UNION, Opus Habana, Tablas, Cine Cubano, por qué no La
Campana, Ventana Sur, Papalote, las publicaciones del centro Juan Marinello,
Casa de las Américas. Debemos vencer con el estudio la superficialidad y la
pereza intelectual que tanto daño nos hace.
Un amigo, alejado por su ocupación, de los menesteres del arte y la
Literatura, un día preguntó, ¿cuál es la
función que ustedes realizan? ¿Hacer actividades culturales? Sin pensar mucho
le contesté, debíamos sembrar necesidades culturales. Después, sin una
respuesta muy clara al por qué, me ofrecí una que no pretendo sea la única. Las
actividades culturales pueden ser pasajeras, morir cuando se cierra el telón.
Si las hacemos es para que ayuden a sembrar en el espíritu de las personas, la
necesidad de lo bello, de la cultura auténtica. Las necesidades culturales,
cuando son auténticas, son duraderas y hasta eternas. Son raíces que sostienen
el gran árbol de la cultura, ellas permiten que en sus ramas aniden, las aves
de nuestros sueños y todas nuestras esperanzas.
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